El golpe súbito de los cuentistas norteños
En el verano del 2007 viajé junto con mi esposa a El Fuerte, Sinaloa, una pequeña ciudad colonial ubicada a unos 80 kilómetros de Los Mochis, y en la que había nacido mi querida suegra. Llegamos cerca de las doce de la noche, cuando todo mundo dormía. Llamó mi atención el silencio del sitio y el rumor suave y persistente del río que parecía resguardar la paz de los forteños. Incluso los perros, que en cualquier poblado del centro o del sureste nos hubieran recibido con algarabía, permanecían callados. Era, como olvidarlo, el peor año de la guerra del estado contra las drogas, la gente se refugiaba temprano en sus casas y por todos lados se escuchaban historias de muerte