Compré El monstruo pentápodo (Tusquets, 2017), de Liliana Blum, una tarde de sol intenso, días después de su lanzamiento. Ya con la experiencia de haber leído Pandora (Tusquets, 2015), el libro anterior de la duranguense, una inquietante novela erótica que me había dejado un excelente sabor de boca, por lo que estaba seguro de que esta nueva entrega no me decepcionaría.
Como la mayoría de los escritores, suelo adquirir más libros de los que puedo leer. Recuerdo haber dejado El monstruo… esa noche encima de mi escritorio, listo para devorarlo en cuanto tuviera tiempo. Y recuerdo también que un par de días después, Emilio, mi hijo mayor, que recién cumplió catorce años, se acercó para decirme que “lo sentía mucho, pero que no podía seguir leyendo el libro que había tomado de mi estudio, que era demasiado duro y las imágenes se le quedaban grabadas en la cabeza”.
Ese fue mi primer encuentro con El monstruo pentápodo. Demasiado duro, había sentenciado mi hijo. Y vaya que lo era. Tampoco a mí me fue fácil sacarme de la mente la imagen de Raymundo Bentancourt, aquel ingeniero “honesto y responsable” que, en contubernio con su amante en turno, una enana enamorada, mantiene a una niña de escasos seis años en el sótano de su casa, lista para disponer de ella cada vez que se le antoje.
Ahora bien, no estamos, como podría creerse, ante un libro plagado de descripciones crudas y morbosas; al contrario, la autora ha sabido dosificar inteligentemente las escenas “difíciles” para que no produzcan repulsión. Lo que verdaderamente horroriza al terminar de leer este volumen es darnos cuenta de que nunca había pasado por nuestra cabeza que ese agradable vecino nuevo, el mismo que nos saluda con extrema cortesía cuando sale temprano rumbo a su trabajo, puede ser capaz de llevarse a la fuerza a alguno de nuestros hijos para abusar de él, reiteradamente. Entonces, para consolarnos, pensamos que “esas desgracias sólo les suceden a los otros”, aun cuando en nuestro fuero interno estamos seguros de que, a estas alturas, ya no hay refugio para la maldad del mundo.
“Yo soy mamá. Tengo un hijo y una hija. Entonces este libro encarna mis pesadillas hechas realidad. A la literatura no le corresponde decir cómo deberían de ser las cosas, simplemente ponerlas en la cara del lector, que pueden ser espantosas e incómodas como esta. Y decirle: mira, esto es lo que puede pasar.” Así, con esas palabras, Liliana Blum responde a una entrevista que le hacen a propósito de su novela. Y la razón le asiste. Las letras pueden convertirse en un funesto augurio del futuro.
A Liliana la conocí hace ya varios años, en el 2006, cuando ganó el Concurso Nacional de Cuento “Beatriz Espejo”. En ese ocasión tuve la fortuna de formar parte del jurado que eligió su relato Un tejo de bello porte, o los funestos efectos que deja la lectura en las mujeres sin oficio ni beneficio, una historia que, con una rara mezcla de mala leche y humor negro, abordaba acertadamente la problemática de la infidelidad.
Ya desde entonces Liliana se perfilaba como una escritora dura, de las que no se amilanan ante nada, dispuesta a abordar temas perturbadores, pero narrados de una manera atractiva y eficaz. El monstruo pentápodo confirma lo que ya se venía venir: que estamos ante una escritora despiadada y madura, rara avis dentro de la literatura femenina mexicana contemporánea, a la que resulta indispensable seguir.