Días de fiesta, o cuando la desolación nos alcance
Recuerdo que cuando empezaba a escribir, un editor me dijo que, tanto por las exigencias del mercado como por respeto al lector, cualquier libro de cuentos que aspirase a ser publicado, tendría que tener una verdadera “unidad temática”. Aunque en ese momento no entendí a ciencia cierta a qué se refería, con tal de no parecer neófito, decidí quedarme callado. Me limité a seguir escuchando la perorata de aquel editor jaliciense quien, por cierto, al cabo rechazaría tajantemente mi primer libro, precisamente, por carecer de aquel requisito. Con el paso del tiempo entendí lo que aquello significaba: que nadie debería escribir un cuentario donde hubiera temas “de chile de dulce y de manteca”. Pensado en lo anterior, si hubiera que