El adiós, un cuento de Carlos Martín Briceño
Habían colocado a mi padre sobre unos rústicos cartones, encima de una mesa de acero inoxidable. A un lado quedó el féretro en el que lo velamos durante la madrugada; ahora estaba abierto, se podía ver el interior grisáceo y acolchado donde reposó su cuerpo. Yo estaba allí para constatar que fuera a él y no “un perro callejero”, como dijo una de mis hermanas, al que metieran al incinerador