La Muerte del Ruiseñor y otras bohemias por Eduardo Lliteras Sentíes
Un día, montado en su caballo, o simplemente desde la sólida y deslumbrante barra de caoba, según dice la leyenda urbana, Pancho Villa soltó sonoro balazo que quedó inmortalizado en el techo de la cantina La Ópera. En una esquina del empapelado y estuco, se ubica el venerable agujero tan señalado a los turistas que visitan el lugar. Esa cantina, una época asiduo lugar de catrines, originalmente empezó siendo una pastelería de las hermanas francesas Boulangeot en el centro de la Ciudad de México, en San Juan de Letrán y avenida Juárez, donde ahora se yergue desafiante la Torre Latinoamericana, aguja puntiaguda que otea esa laguna de asfalto, catafalco de la poderosa Tenochtitlán. Después se mudó al número 10 de