
Helena o la Anunciación
Antes de Helena odiabas el piano. Había que estar en punto de las siete de la tarde, cada último viernes de mes, con el pelo arreglado, el vestido vaporoso y las zapatillas bien lustradas, en las tertulias musicales. El piano era una tradición en la familia. Tu abuela llegó a ejecutar con éxito en un teatro de la capital a Brahams cuando éste aún no era conocido en la provincia. De ello daba cuenta el programa de mano, un pedazo rectangular de papel brilloso, elegantemente impreso, que adornaba una de las paredes de la sala de música. El primer recuerdo que tienes de Helena es el de una mujer etérea, sentada con laxitud en la silleta de mimbre del recibidor.