Las miserias en las edades de la vida | Por Aída López Sosa

“La felicidad y el goce son puras quimeras”.
“El prudente no aspira al placer, sino a la ausencia de dolor”.
El arte de ser feliz, Arthur Schopenhauer.

 

En El reino de la desesperanza (Lectorum, 2024) todo puede suceder. En medio de la dicha o la cotidianeidad es posible que emerjan demonios que nos enfrenten a la oscuridad del ser humano, ésa que quizá desconocemos pero que Carlos Martín Briceño nos la revela en dieciséis relatos compilados en un corpus dividido en tres libros que preparan al lector a cerrar un ciclo antes de abrir el otro: “Los territorios de la pubertad”, “A merced del desengaño” y “Lo que no se dice del ocaso”. Tres etapas del ser humano: adolescentes en busca de su sexualidad, parejas acomodadas que se destruyen pero que insisten en seguir juntas, ancianos que resultan un estorbo, tres edades de la vida que suponen retos para quienes llegan a la vejez después de superar las dos primeras. Universos difíciles de asimilar, tiempos y espacios caóticos donde los protagonistas sortean los reveces, pero nadie sale ileso, ¡ni el lector! Si algo catacteriza la literatura de Carlos, es que sus relatos son absolutamante sensoriales, sentimos en carne viva la dificultad de vivir en pareja, los ardores, las furias, la impotencia, el egoísmo, la traición, los celos, el temor a la vejez y a la muerte. En esta obra, en particular, saboreamos los menús con los que convida al lector: ceviche de caracol, tostadas de pulpo en su tinta, huevos revueltos con longaniza, puchero de tres carnes, pavo relleno de pasas y almendras, tacos de lechón al horno a la leña, tacos de pavo en escabeche oriental, salbutes de relleno negro, entre una larga lista, quizá, porque como reza el adagio: “Las penas con pan son menos”.

La colección de cuentos es consistente y contundente, lo que devela a un escritor maduro, enseñoreado en la cuentística. Quien nunca haya leído a Martín Briceño, seguramente abrirá el libro con ingenuidad, pero quienes lo hemos seguido conocemos de sus filos y sus filias literarias. Nos dejamos envoler con su narrativa y nos convertimos en cómplices y testigos lo mismo en la intimidad de una caballeriza que al interior de una camioneta, en la opresión de un pasillo o en la sordidez de una cárcel, donde a los ojos de los demás no sucede nada, pero ahí está el escritor para revelarnos que la aparente calma no la garantiza, porque el victimario lanzará los dardos las veces que sean necesarias hasta conseguir el abatimiento del otro, en ocasiones imperceptible para la víctima. Mientras avanzamos las páginas nos iremos convenciendo que la felicidad positiva y perfecta es utópica, que a lo único que podemos aspirar, es a un estado menos doloroso, tranquilo y soportable. Una lectura para sentir que comparativamente nuestra vida no es tan miserable.

Carlos ha revelado que la mayor parte de los cuentos los creó durante la pandemia. Una época difícil en la que se refugió en la literatura para no deprimirse, lo cual se puede advertir en el tono oscuro de las temáticas surgidas de instantes cotidianos cuando descubre en las acciones de otros una historia oculta para escribir. Cada cuento tiene que ver con algo que observó de lejos, vivió de cerca o escuchó en confidencia, por supuesto su aportación como escritor es ficcionarlo, darle al lector los elementos suficientes para conocer a profundidad la naturaleza emocional de los personajes, es por ello que sus cuentos son extensos, bordan los límites sin caer en el abismo, pues tiene la justa medida para sostener la tensión narrativa.

El autor está cierto que la mejor literatura es la que describe situaciones duras, difíciles y el cuento, por su brevedad y contundencia, es el género narrativo idóneo para contar esas historias. En el mejor de los mundos posibles, en el lugar más seguro y con las personas más cercanas y queridas, pueden desencadenarse venganzas, odios, enfermedades, infidelidades, inmoralidades, excesos que vulneran la paz aparente como en la “Caballeriza” de la abuela donde un primo acosa y abusa del otro, o la escuela en la que un niño es bulleado por uno de sus compañeros contado en “Desagravio”. En esos momentos el reino se vuelve de nadie y el más poderoso encontrará placer sojuzgando al débil.

La edad adulta también tiene sus desafíos, uno de ellos es la lucha de poderes entre la pareja que aún no termina de librarse y de cuyo resultado dependerá si llegan juntos a la ancianidad. La difícil convivencia sigue siendo un tema recurrente en la literatura de Martín Briceño, ya que ésta no escapa de traiciones como en “Día de asueto”, donde el egoísmo, la venganza, los celos y la infidelidad están retratados sin pudor. En esta etapa intermedia es cuando se toma conciencia de la vejez y los temores por la dependencia a la pareja con la que no siempre se contará, como le sucede al personaje principal de “Hidden Valley Lake”.

Las tinieblas de la vejez rondan en decrepitud, abandono y, como colofón, la muerte. Martín Briceño no vislumbra esperanza en esta última edad de la vida, sino todo lo contrario, pues a veces el sosiego se encuentra lejos de la pareja y los hijos, en personas desconocidas como en “La amabilidad de los extraños”, en otros casos es la misma familia la que victimiza, como le sucede a la protagonista de “Usheret”. Asimismo, nos recuerda que la belleza es efímera en “Miss México 74”. El tema de la muerte lo aborda con el fallecimiento del padre del protagonista de “El adiós”, autoficción en la que nos sumerge en una escena íntima, la última despedida antes de que se convierta en cenizas quien le dio la vida.

¿Qué es lo que queda cuando se instala la desesperanza si la esperanza es lo último que muere? Schopenhauer nos diría que la serenidad, pues ésta se alcanza una vez que se ha comprendido que los infortunios son cuantiosos y diversos, que el mal acontecido es sólo una pequeña parte de lo que podría desencadenarse: “Vive la vida, la vida se termina, escapa a los peligros”. Las historias de El reino de la desesperanza, nos revela las distintas maneras en las que lo resolvieron los protagonistas. En ocasiones aceptándolo, conformándose, vengándose o simplemente dejando que la justicia divina se cobre los agravios.

El libro es fuerte, intenso, realista y provocador, no hay forma de no sentirse indignando, molesto, pero a la vez impotente por no poder intervenir para alegrar el ánimo de los desafortunados. La complicidad consensuada entre el escritor y el lector incomoda, nos lleva a reflexionar las veces que hemos lindado esos bordes, a veces como víctimas, otras como victimarios, porque los patrones se repiten y se perpetúan cuando no se toma conciencia para romper la cadena. El mismo autor ha revelado lo difícil que le resulta abandonar a sus personajes cuando le pone punto final a cada historia, es por ello por lo que debe dejar pasar un tiempo prudente antes de aventurarse en la construcción de otro universo.

Carlos Martín Briceño, en su etapa madura de vida y de escritor, nos confronta sin cortapisas a esta lectura sin precedentes bajo nuestro propio riesgo.

 

Texto publicado en La gualdra, suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, el 6 de noviembre del 2024

Enlace: https://ljz.mx/06/11/2024/las-miserias-en-las-edades-de-la-vida/

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