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La desolada languidez de la frontera

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En reciente sesión del taller que coordino, una participante me tachó de sexista. Hizo notar que de los cuarenta y tantos cuentos que habíamos analizado a lo largo del año, únicamente cuatro habían sido escritos por mujeres. Ante la evidencia, no había más que aceptar la realidad: o las creaciones de la imaginación femenina han sido dejadas de lado a lo largo de la historia  o era yo un misógino de la peor calaña.

Esa misma tarde, luego de optar por lo primero,  incluí en el programa una selección de literatura hecha por mujeres. Katherin Mansfield, Clarice Lispector, Elena Garro y Beatriz Espejo me salvaron de fomentar, en pleno siglo XXI, la inequidad de género.

Creo que fue un acierto. Y se confirma ahora al concluir la lectura de ¿Te gusta el látex cielo? de Nadia Villafuerte. Todas esas ideas preconcebidas – y alimentadas por varios «estudiosos»-  de  que la escritura femenina está marcada por el género, son un sinsentido. Quien escribe con calidad no necesita de salvoconductos para trascender. Y el libro que hoy nos reúne, el tercero de la autora, lo convalida.

La escritura de Nadia no necesita etiquetas. Sabe narrar y conoce el mecanismo del cuento. Entiende, por ejemplo, que para que un texto funcione debe generar emociones encontradas en el lector. Busca también, como  Ernest Hemingway, que en una historia convincente lo que valga no sea lo que se cuente sino lo que sugiera sin mostrarlo. Y desde Flores rojas, el relato que abre la colección, y describe el encuentro en un casino en la frontera norte entre un periodista «moderado» y un matón arrepentido, uno se percata de que se encuentra ante una autora ambiciosa. Una narradora que, parafraseando a Virginia Woolf, ha encontrado una habitación propia.

Segura de su estilo, Villafuerte no guarda lastre de pudores y con honestidad comparte, en una dedicatoria final, los nombres de los autores que la han inspirado a lo largo de su trayectoria.  Y aunque no lo supiéramos a través de esta confesión, resulta reconocible la influencia del norteamericano Raymond Carver en Tinta azul y Grillos, historias que ejemplifican con buen tino la decadencia de la pareja clase mediera; o del chileno Roberto Bolaño en What are you looking for y La Piscina, textos atrevidos con inquietantes desenlaces donde sus protagonistas escapan y trasgreden continuamente sus realidades.

Oriunda de Chiapas, una tierra en la orillas límite la cual sirve de puente a los centroamericanos en su odisea para llegar a la tierra prometida del dólar, Nadia Villafuerte se deja transminar por el componente migratorio en  Frontera de sal, Yésira y Cajita feliz. En los tres relatos, el cronotopo frontera se describe, no como un espacio geográfico, sino  como un estado de ánimo. Los protagonistas están ahí, esperanzados de que les llegue momento de brincar hacia el otro lado, sin sospechar que más al norte les deparan peores dificultades.  Para cualquier escritor es difícil ser ingenioso y crítico a la vez, y la autora lo consigue dejando en los lectores un agridulce, pero placentero sabor de boca.

Roxie, que merece una categoría aparte, es uno de mis favoritos. Cuenta en primera persona la historia de un travesti que sirve tragos en un bar del Gabacho y quien no está del todo de acuerdo con su circunstancia. Lo interesante aquí es que, no obstante su brevedad, el relato alcanza a atisbar al interior del personaje exponiendo la soledad que lo aqueja y  a la cual, el lector no ha de mantenerse ajeno.

Y cito:

Me duele su queja, le tapo la boca. Le quito el grasoso maquillaje. Me veo al espejo: lloro un poco. Al oído le confieso que también soy infeliz: que ambos los somos.

Resta comentar, finalmente, la historia que prefiero por ser la más redonda del libro, justamente la que da nombre al volumen. Noveleta, cuento largo o nouvelle, ¿Te gusta el látex, cielo? se lee con soltura sin detenerse a reflexionar, porque esa, precisamente, es su virtud. Sus cincuenta páginas avanzan sin tropiezos, con una naturalidad que desdeña lo pretencioso.

La trama gira alrededor de la relación entre Glenda, un travesti que regentea El Bombay, y Helena, una ambiciosa prostituta. Ambos, que por cierto son amantes, se verán envueltos en una vorágine fatal cuando la falena acepte asesinar a un político asiduo al El Bombay, a cambio de obtener, sí, adivinaron, papeles y dinero para cruzar la frontera.

Hay un poema de Kavafis, La ciudad, donde el bardo sentencia al viajero que pretende partir hacia una vida mejor que no hallará otra tierra ni otro mar, que su ciudad, con todo y su desolada languidez, irá siempre con él.  Los cuentos de Nadia parecen confirmar, en el mismo sentido alegórico, la aseveración del poeta griego: quien parta más allá de su terruño corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. Y eso, en algunos casos, puede ser peor que cualquier desgracia

Texto leído el pasado 7 de febrero en la biblioteca José Martí de la ciudad de Mérida, en el marco de la presentación del libro ¿Te gusta el látex, cielo? (Tierra Adentro, 2008) de Nadia Villafuerte, con la presencia de los escritores Roberto Azcorra Cámara, Carlos Martín Briceño y la autora.

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