Por Patricia Garma Montes de Oca
Los “Mártires de Freeway y otras historias” es una muy bien trazada selección de obsesiones y perversiones en la que es clara la madurez de Carlos Martín como narrador. Hay varios factores comunes en los relatos que llaman la atención, sobre todo en la primera parte del libro, en “las otras historias”.
1- El manejo de la figura femenina.
Lejos quedaron las Beatrices dantescas, las dulcineas, la maga de Cortázar; más que una figura idealizada, las mujeres de este libro, al menos una buena parte de ellas, encuentran sus representaciones más perturbadoras y lastimeras. Son feas, repulsivas, llenas de lonjas, de arrugas que les esconden el sexo; son seres con muy poco qué ofrecer, llenos de carencias emocionales, irremediablemente solos, castrados, contenidos en sus deseos carnales.
El hombre, en cambio, sí es una figura idealizada, es la presencia añorada, el gran ausente, el padre o el abuelo muerto, lo que hace más dolorosa y evidente esa orfandad femenina.
Incluso las mujeres que pueden parecer tener un mejor destino, como Helena o doña Evelyn, que al menos se salvan de la colección de repulsiones femeninas del autor, no pasan de ser, al fin y al cabo, nada más que objetos del deseo, mujeres de escasa reputación o esposas infieles que torturan al pobre e inocente personaje masculino.
Si acaso habría una excepción en el personaje femenino de “Entre chien et loup”, esa mujer extranjera que adora el mink y que es la única que tiene algo interesante qué ofrecer, la única con la que el personaje masculino establece un vínculo amistoso y carnal agradablemente estrecho.
Las mujeres, cuando se relacionan entre sí, siempre lo hacen de forma destructiva, por un lado está la abuela dominante y adinerada que impone las reglas de la casa, por otro, la vieja con alzheimer que hay que tolerar, por interés, entre babeos y orines.
2- Pervesión
Juega un papel protagónico a través del sexo. Las relaciones de los personajes siempre rayan en alguna desviación, en el lesbianismo, la homosexualidad o en el incesto: Los maestros pervierten a sus alumnos, las madres seducen al amigo adolescente del hijo, los abuelos inician a sus nietas en el sexo, en fin….
Esta perversión está siempre latente o contenida, y aflora conforme avanza el relato, y a medida que lo hace es evidente esa urgencia por la liberación, sobre todo carnal, esa urgencia por complacer sexos desatendidos, por adentrarse en lo prohibido.
La perversión también está presente en las relaciones destructivas de los personajes, en la insatisfacción, el hastío, en el castigo… Se siente esa necesidad por resolver situaciones de tensión, y finalmente es esa tensión la nota aguda de la atmósfera en cada relato, lo que mantiene al lector pegado el texto, ansioso por descubrir cómo se irá a resolver cada situación, y que se adivina que no será un final feliz, o al menos, no cotidiano. Cada texto es la transformación de los personajes, sino su liberación, sí es posible entender que no son los mismos de un principio, que algo en ellos ha cambiado.
3- La crítica social
Detrás de la pervesión y de los deseos contenidos está siempre la sombra de la opinión pública, de las buenas costumbres, la moral, la discrecionalidad.
Buena parte de esta moralina está representada en la imagen del matriarca: (”… A menudo caía en la cuenta de que seguía temiendo los lapidarios juicios de la anciana”).
Este peso de la opinión pública conlleva a un círculo vicioso de amarguras, de renuncias y esclavitudes permanentes.
La liberación es una promesa anhelada, algo que puede o no suceder, es un secreto imposible de revelar; por eso los personajes están constantemente persguidos por sus sueños, por estados de inconciencia, flash backs a una niñez de inocencia rota. Para ellos también es perturbador haber cruzado sus límites, pero continuan acariciando sus fantasías.
Es difícil complacer a un lector, por común que sea. La gente ya no se conforma con que le cuentes algo, ahora quiere que le confieses algo, y mientras más oscuro y depravado, mientras más sobrenatural, mejor.
Dos aspectos muy importantes que hacen que la narrativa de Carlos Martín esté tan bien lograda son, por un lado, este tono confesional de las historias, y por otro, la atmósfera de suspenso, de que algo terrible podría pasar.
Lo confesional tiene su más claro ejemplo en una de las historias mejor logradas, “Hombres de bien”. El primer párrafo lo dice todo: “Muchos años he tratado de olvidar lo ocurrido en el sótano del colegio durante mi adolescencia”.
Estas confesiones nos llevan a un ineludible revelación, pero Carlos es tan mañoso que nunca las grita, es tan delicado que no las convierte en algo literal, las sugiere, las pone sobre la mesa para el buen entendedor.
El suspenso, por otra parte, encuentra su mejor forma en “Los Mártires del Freeway”, noveleta policiaca que da título al libro. La sola frase es muy reveladora, porque esa liberación carnal de la que venía hablado el autor en los relatos anteriores está ni mandada a hacer en el nombre de uno de los antros más polémicos de la ciudad, el “Freeway”, la vía libre, la libertad, la autopista de los deseos…
En “Los Mártires…” se viene a conjugar también toda una serie de factores ya expuestos: las desviaciones, las obsesiones, el crimen, que antes se había tocado como algo casual, algo a lo que podían llegar los personajes, aquí se desborda a través del sadismo.
Como todo buen relato de detectives, el autor se encargó de que el lector se involucrara paso a paso en la búsqueda del culpable; finalmente, todos tenemos a un Sherlock Holmes o a un Hércules Poirot dentro. Que nadie niegue que alguna vez, o varias, nos atraen los detalles más retorcidos de las notas rojas; hasta el más noble de los mortales no puede dejar de sentir cierta inquietud ante una serie de actos macabros y por conocer las motivaciones y obsesiones mentales de un asesino serial.
El problema es que la violencia en sí ya no nos impresiona, si así fuera, cualquier nota roja sería un éxito literario; creo que allí radicaba el gran reto para Carlos, en que “Los Mártires…” no se convirtiera en una nota policíaca de gaceta barata; en no tratar a la historia como un thriller más equivalente a las series de criminales que transmiten por cable.
Lo primero que el autor nos invita a descubrir, no es tanto quién será el asesino, si no en qué sucederá con ese Desiderio Grajales tan falso, que intenta que creamos su espíritu heróico y su vida perfecta metrosexual, su pulcritud de niño bien; sobre todo porque cuando más perfecto se nos presenta algo, más se nos antoja la posibilidad de que sea corrrompido.
Aunado a todo esto, la fluidez de la prosa, las atinadas descripciones cargadas de crueldad, la presición estructural y la técnica con que Carlos trabaja los rasgos más desagradables y retorcidos de la condición humana hacen de este libro una pieza por demás interesante, difícil de resistir para cualquier lector, por decente que sea.
Texto leído durante la presentación del libro en Mérida, Yucatán, el 18 de mayo de 2007.