lenguas de arena

‘Lenguas de arena’, entre Acapulco y Chicxulub | Por Carlos Martín Briceño

A Beatriz Graf la conocí a principios del 2020, poco antes de que se desatara en el mundo la locura de la pandemia por la Covid 19. Tomamos un café en el Starbucks del hotel Fiesta Americana de la avenida Reforma, conversamos largamente de literatura y me obsequió su novela, Lenguas de Arena (Editorial Dos líneas 2019) que había publicado recientemente.

Voy a llevarla a Mérida, dijo, y me encantaría que estuvieras entre los presentadores. Acepté, por supuesto, fijamos fecha para el 20 de marzo de aquel año y salimos del café confiados en vernos pronto. Ninguno de los dos imaginó que habrían de pasar más de tres años para que este compromiso, por fin, se cumpliera. Ninguno de los dos imaginó que la historia de amor de Mercedes Campos y Federico Rojas, tendría que esperar todo este tiempo para ser dada a conocer en Mérida, ciudad a la que Beatriz le tiene tanto cariño

He mencionado amor porque, una vez que cerré el libro, entendí que Lenguas de Arena, además de histórica, es una novela que hace un homenaje al amor universal, ese sentimiento cuyos síntomas y constantes se han venido repitiendo a lo largo de los siglos, y han sido expuestos en distintos textos (desde los clásicos a libros como el que hoy nos ocupa) para mostrarnos que este sentimiento –eternamente invicto- permanecerá para siempre entre las personas a quienes posea.

Dicho lo anterior, pasemos al argumento de Lenguas de Arena. Beatriz Graf tiene lazos con Yucatán, lazos tan fuertes que le permitieron recrear cómo vivían los poderosos en esta región hace ochenta años, cuando aún se viajaba por tren para ir de una ciudad a otra, cuando los padres decidían con quién habrían de casarse las hijas, cuando bañarse en un cenote parecía ser algo exótico. Y recrea también el habla del yucateco, algo que, dicho sea de paso, no ha cambiado mucho en el interior del estado, pues salvo los habitantes de la Ciudad Blanca que ahora se la dan de cosmopolitas, quienes viven en el interior del estado continúan viviendo y hablando igual que antes.

En este contexto es como nos enteramos de la complicada vida de Mercedes Campos, una joven huérfana de padre, adinerada, quién decide huir de su casa en Valladolid para evitar que su tío y ahora padrastro, continúe abusando de ella.  Por azares del destino, Mercedes conoce a Federico Rojas, un joven capitalino cuyo padre es amigo íntimo del futuro presidente Miguel Alemán, el primer Cachorro de la Revolución (Vicente Lombardo Toledano, dixit), uno de los gobernantes más corruptos y polémicos que hemos tenido en el país.

Así, en contra de las adversidades, que no mencionaré en este momento para no “spoilearles” la novela, estos jóvenes tienen una serie de encuentros y desencuentros que van de Ciudad de México a Mérida y de Mérida a Chicxulub,  que le sirven de marco a la autora para contarnos una historia que me pareció súper interesante: la creación del destino turístico Acapulco, desde sus inicios con todas sus corruptelas y nepotismos, hasta su esplendor mundial,  pasando por sus ensoñaciones y costumbres cuando aquel era un puerto “plácido, esbelto, cálido y sensual” y que ya solo existe en la imaginación de los que tuvieron la fortuna de conocerlo de ese modo. La descripción del viaje por carretera, por ejemplo, no tiene desperdicio.

“Tomábamos un turismo de ocho asientos, duraba el viaje un titipuchal de horas, once para ser más o menos exactos. Los paisajes eran variados y hermosos, el Ajusco y sus picos de rocas volcánicas, fértiles campos en el camino a Cuernavaca; el espectáculo delega la vista a valles y colinas, pronto empiezan las altas montañas y ríos con corrientes caudalosos, hasta llegar a Taxco. Bajábamos para cambiar de posición, estirar las piernas, ir al baño, comer. Comprar una bandeja o charola de plata lo hacíamos al regreso. Continuábamos. Era el momento de una siesta, de ahí en adelante el camino dejaba de ser ameno al atravesar la interminable cañada del Zopilote, el valle de Chilpancingo, los cantiles del medio túnel, el paraje de Agua del Obispo, los puentes sobre el río Papagayo y Mezcala.  La ruta de 458 kilómetros costaba 17.10 pesos. Casi para llegar a la última parada cepillaba mi pelo, pintaba mis labios, alisaba mi ropa veraniega y erguía la cabeza para ser la primera en verlo: mi puerto. Lo conocí con la piel”.

Mención aparte merecen los capítulos que tienen que ver con la historia de Yucatán: la guerra de castas, el asesinato de Felipe Carrillo Puerto, el romance de Alma Reed y el Dragón de los ojos verdes…, la autora, con bastante malicia literaria, se las ingenia para insertar estos relatos de manera casual, a través de estudios o confesiones, para que el lector pueda entender las formas y maneras de vivir de los habitantes de la península yucateca.

Una buena narradora cuenta muchas cosas y es lo que hace Beatriz; la investigación detrás de Lenguas de arena es amplia y ese juego entre realidad y ficción atrapa y anima a continuar ininterrumpidamente la lectura. Quizás la mezquindad de algunos ex presidentes no se ve del todo clara hasta que alguien los describe en una novela. Celebro este atrevimiento literario de Beatriz Graf que, estoy seguro, cautivará a sus lectores.

 

Texto publicado en la revista digital Lectámbulos el 20 de abril del 2024

Enlace: https://lectambulos.com/lenguas-de-arena-entre-acapulco-y-chicxulub/

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