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Relatos de familia | Por Carlos Martín Briceño

Fue en un taller de narrativa que impartí durante varios años y que terminó por sucumbir debido a la pandemia, donde conocí a Gará Castro. Era un espacio muy disfrutable, en el que predominaban las plumas femeninas y donde los textos de los participantes eran desmenuzados con malicia en un afán por convertirlos en literatura.

Gará destacaba, hay que decirlo, por sus comentarios –inteligentes, filosos, oportunos–, su notable capacidad lectora y, sobre todo, por esa férrea disciplina de trabajo que la caracteriza. Era la primera en llegar con sus textos y la última en retirarse luego de haber tomado suficientes apuntes para perfeccionarlos. Lógico resultaba, pues, que sus cuentos, una vez reunidos, formaran una colección estupenda, redonda, seductora, la cual ve luz ahora, acogida por Ficticia Editorial –casa grande del cuento–, bajo el título de Familias perfectas.

Esta recopilación de relatos sorprende, como apunta el editor en la contraportada, por “su humor negro y sutil y por el manejo de los matices”. ¿El hilo conductor? La niñez en su desprendimiento, rumbo a la adolescencia y la juventud, cuando se abandona para buscar un lugar en el mundo. O como evocación desde aquellas historias donde los protagonistas ya son adultos.

Gará Castro es una autora persistente, comprometida con la perfección y atraída por la psique del alma infantil. Y uno lo descubre desde que se enfrenta con “Solsticio, 24 pies de eslora”, el relato inicial. La descripción de ese día de pesca se vuelve angustiante en la medida que vamos comprendiendo, a través de los ojos del huérfano Tony, que la lancha Solsticio terminará, inevitablemente, en la desgracia. Algo similar sucede cuando leemos “El Balcón” y “A los doce años”, dos cuentos donde los infantes protagónicos son testigos de las desdichas que se ciernen sobre su núcleo familiar. Una venganza fundada en un abuso infantil que nunca se comete y los chantajes de una madre obsesiva que utiliza la salud de los hijos para retener al marido, respectivamente, son narrados, en voz de sus personajes principales, con una naturalidad apabullante. Al terminar de leerlos, aunque sus finales sean en apariencia sosiegos, queda una sensación ambigua de que la vida no siempre es grata, pero que, tomando las debidas precauciones, puede incluso ser disfrutable.

Hay dos historias: “Sobrevivencia” y “Excursión escolar”, que merecen especial atención. Aunque comparten con el resto de los cuentos la condicionante de ser narradas por niños, transcurren en el futuro, en sociedades distópicas, totalitarias, donde se ejerce un riguroso control estatal que garantiza la organización de las urbes. En “Sobrevivencia” una pandemia obliga a todo mundo a recluirse en sus casas. Afuera, hordas de rebeldes y manadas de animales salvajes pululan alrededor de los ciudadanos privilegiados que intentan vivir dentro de los parámetros de la civilización. Cualquier semejanza con la realidad no es simple coincidencia. En el caso de “Excursión escolar”, resulta inevitable traer a la memoria el famoso Cuento de la criada, de Margaret Atwood. Como emulando a la canadiense, Gará Castro describe la ejecución pública de un violador que se lleva a cabo delante de los alumnos de una escuela primaria. Una vez más, la autora se vale de la mirada de una niña para describir la violencia de la escena.

En este punto quisiera detenerme en “Strike back” y “Mi número siete”, un par de relatos que, a pesar de su brevedad, poseen cuatro elementos indispensables para lograr un buen cuento: tensión, ritmo, economía del lenguaje y transformación del personaje central. Ni el hombre que toma el bate para “defenderse” del asaltante que entra una madrugada a su casa, ni la niña que baila frenéticamente ante la mirada atónita del pediatra volverán a ser los mismos. Algo ocurre que les cambia la vida. Y este hecho se queda también rebotando en la mente y en el corazón del lector que los contempla.

Finalmente, mencionaré “Un cuento inglés”, delicioso fresco de juventud donde Gará despliega sus mejores dotes narrativas. Aquí está una autora capaz que ha viajado por el mundo, dueña de una voz propia y una sagacidad evidentes, una narradora que se vale de las estrategias literarias aprendidas en los últimos años para obsequiarnos una denuncia de abuso que se mantiene vigente, aunque el suceso haya transcurrido en los años setenta del siglo pasado, porque los intentos de dominación –y esto se sabe ahora más que nunca– no tienen fecha de caducidad. Relato con sabor victoriano que transcurre en una sola noche en los alrededores de Londres, entre copas de vino tinto, bocados de Wellingtoon beef y música de discoteca.

Para Cortázar, el gran cronopio argentino, un buen cuento debe dejar en el lector la sensación de haber enfrentado una historia que valía la pena y que va a quedar en su memoria. Los diez relatos escogidos para conformar Familias perfectas cumplen cabalmente tal postulado.

 

Texto publicado en el suplemento La Jornada Semanal el 24 de abril del 2022

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