En América Latina, sobre todo en México, “hemos creado un tipo de literatura negra en la que no importa tanto buscar al asesino, porque aquí puede ser cualquiera, sino entender las motivaciones, las circunstancias y cómo se dieron los hechos violentos”, dice el narrador Carlos Martín Briceño a propósito de su cuentario Toda felicidad nos cuesta muertos: cinco cuentos negros, que se presenta mañana.
El escritor sostiene que “la literatura negra, y la basada en crímenes, seguirá siempre en boga. Las personas tienen la necesidad de leer y vivirlos a través de las letras, mejor que por ellos mismos. Es curioso que en los países nórdicos, donde la violencia está en niveles bajísimos, se leen muchísimas novelas negras porque tienen ganas de descubrir al asesino para encontrarse con la violencia desde lejos”.
En Latinoamérica, “tenemos tan cerca la violencia que no nos importa saber quién mató, porque al final la policía misma puede darte cualquier chivo expiatorio. Lo importante es ver qué sucedió, cómo, qué tan violento fue el crimen y las secuelas que dejó en las personas que están alrededor del mismo. Esa diferencia es sustancial para entender la novela negra de la región”.
Sobre su título más reciente, editado por el sello Lectorum, Briceño (Mérida, Yucatán, 1966) sostiene que “mis relatos negros no son muchos. Escribo sobre las relaciones de pareja, la dificultad de hacer una vida en familia en el siglo XXI; me he concentrado mucho en las zonas oscuras de las relaciones humanas y familiares”.
En el ejemplar, el autor reúne cuentos como “Hombres de bien”, “Cibercafé” y “Montezuma’s revenge”, que ganó en España el importante Premio Internacional de Cuento Max Aub 2012. Los dos primeros están basados en casos reales que ocurrieron en la ciudad de Mérida.
El relato “Hombres de bien” aborda lo sucedido en una escuela donde los alumnos mayores violaban a los de los grados inferiores. “Cibercafé” retoma un asesinato cometido hace 10 años por el encargado de un local contra una de sus clientas. “Ese crimen fue muy escandaloso, porque ocurrió en una zona económica alta y por el origen aparentemente inocente de alguien a quien ofenden”, explica el autor.
“La literatura negra tiene un caldo de cultivo enorme en un país donde más de 90 por ciento de los crímenes no se resuelven. Sólo en 2020 cerramos con casi 34 mil 500 homicidios. Y las autoridades se atreven a decir que hubo una ligera baja. Esto, nos guste o no, es una veta inagotable para la literatura.”
No es una apología de la violencia
Carlos Martín Briceño rechaza que se trate de “hacer una apología de la violencia. Los escritores no debemos hacer eso, pero sí tomar algunos crímenes, ficcionarlos e imaginar los motivos, tal como hizo alguna vez Jorge Ibargüengoitia con Las Poquianchis, en su novela Las muertas; me parece necesario para que no se normalice la violencia y estos crímenes no queden en el olvido y sean una estadística más”.
La tarea del escritor, agrega, es “lograr crear una estética literaria con sus textos tremendos o de crímenes espeluznantes, y al mismo tiempo hacer pensar al lector que no se debe aceptar y conformarnos con que los gobiernos, de cualquier partido, lo vean sólo como estadística.
Destaca: “Hago este libro como un recordatorio también de que mediante la literatura se puede y se debe concientizar, y también disfrutar en el plano más estético de lo que puede ser un crimen”.
El narrador sostiene que “todos podemos ser asesinos, si las circunstancias se ponen para que suceda. Todos traemos este nivel de odio, que, obviamente por las circunstancias de la sociedad, educación, lo controlamos, pero la mayor parte de los crímenes suceden en el momento en que la persona no tenía intención de cometerlos; los crímenes premeditados no son tan numerosos como los pasionales”.
Su motor literario, dice Briceño, es “dar voz a la gente que no la tuvo en un momento dado. Cuando el lector se enfrenta con uno de mis textos puede identificarse con los personajes y decir: ‘yo también quise hacer o pude hacer esto’. Escribo como una catarsis de la violencia para mis lectores. Es una forma de ayudarlos a encausar este lado violento o erótico que pueden tener y no materializan en la realidad”.
Sobre el género literario, el narrador sostiene que “el cuento es la forma más honesta de acercar a las personas a la literatura. Es un golpe de sol en los ojos. Mis historias son mucho más cortas, más intensas. En las largas, trato de mantener esta tensión del cuento corto, aunque no siempre lo logro.
“Mis cuentos están basados en casos reales donde me imagino qué pasó en la mente de los protagonistas y trato de dar voz a las personas que ya no están. No están tomados al pie de la letra de lo que sucedió. Me pongo en el lugar de la víctima y los victimarios para tratar de entender por qué y cómo lo hicieron, de tal forma que el lector pueda entender y sacar sus conclusiones.”
Entrevista publicada en el periódico La Jornada el 10 de mayo del 2021