Como un rayito de sol por mi ventana, así fueron asomándose cada uno de los capítulos de la muy bien lograda novela, la primera del laureado y prolífico escritor yucateco Carlos Martín Briceño desde el momento mismo de abrirla y conocer su contenido.
Y ha sido una muy grata experiencia por lo ágil de su lectura, pero sobre todo por la aportación que nos brinda, sobre la vida de Guty Cárdenas el malogrado Ruiseñor yucateco y precursor más importante de la canción yucateca de principios del siglo pasado y al mismo tiempo y con historias paralelas nos permite conocerlo también a él, ya que se convierte en personaje de su propia novela y donde, como él mismo dijo en una entrevista, «desnudo mis complejos e inseguridades» cuando repasa y revela pedazos de su propia historia familiar.
Son muy claros y también dolientes esos instantes en que aborda momentos precisos vividos al lado de su inolvidable padre y hay otras tantas, todas muy bien contadas sobre el devenir familiar de los Martín Briceño. Si bien no es ésta una novela histórica, mucho nos acerca a la verdad poco contada de esos tristes instantes, los últimos en la vida de Guty.
Lo que el Ruiseñor yucateco representa para la historia musical no solo de Yucatán sino de México tiene un claro y muy profundo arraigo por esa calidad suprema en cada una de sus canciones. Su música, lira precisa y mágica, traspasó todas las fronteras deseadas por este joven artista que tal vez no imaginó nunca el tamaño y los alcances de su talento.
Desde esta casona, tal vez del siglo XVIII ubicada en la otrora Calzada de los Frailes hoy se fragua una agradable charla que lleva un aromado y bien condimentado sabor a letras muy bien logradas, imaginadas y escritas con detalle, tal como aquí lo hicieran otros ilustres personajes como Delio Moreno e Inés Novelo, que son de lo más granado de la literatura vallisoletana.
Los dulces y melancólicos acordes de Ojos tristes me han acompañado en mi trayecto hasta este lugar y me hace también volver cual ráfaga a ese Salón Bach donde ese 5 de abril de 1932 la muerte se le asomó a Guty. Esta antigua calzada que unió en las postrimerías del siglo XVI a la villa de Valladolid con el pueblo de Sisal tan sólo las separaba «un tiro de arcabuz» de plomo puro, plomo similar al que le segó la vida a nuestro tan fecundo trovador.
Carlos nos atrapa muy fácilmente; tiene esa cualidad entre muchas otras. Su capacidad narrativa es esplendida y asombra la forma como conecta elementos que en ocasiones no tienen que ver uno del otro. Música y nostalgia se mezclan perfectamente entre líneas como el aromado ron cubano fue combinación perfecta con el refresco de cola en ese episodio donde Guty, con la grata compañía de su entrañable amigo Nicolás Guillén, autor de ese rítmico y antillano Sóngoro cosongo, en una tarde en La Habana, y en que a nada está de perder el vapor que lo traería de regreso a la patria de origen.
Es ese proceso literario al entretejer uno a uno los capítulos, que nos lleva a disfrutar dos historias en una sola. Y eso es «La muerte del Ruiseñor»: el paralelismo de dos mundos opuestos, dos historias contadas con un final con sabor a muerte, ese doloroso trance que el autor, con evidente tristeza, desgrana y nos comparte.
Las historias que Carlos Martín Briceño nos cuenta en su novela, están trazadas, tan rectilíneas y diáfanas como la calzada misma que hoy le recibe en esta mi Sultana Oriental y que se vuelve suya. Su pensamiento intrigante, aventurero, a veces mordaz en los tantos volúmenes de sus cuentos y de esta su primigenia novela son un legado y ofrenda a la vida literaria de Yucatán, un legado construido a base de la historia de su propia felicidad en este difícil arte de escribir. Hay otro rasgo que también aparece entre los rescoldos de su narrativa y que a mi juicio le hace aún más grande y es que es juicioso con su propia vida. Sus pensamientos e ideas salen del corazón y en un instante puede llevarnos del cielo al infierno, de la alegría al drama entre tantas vicisitudes que surgen de sus propios rituales. Carlos es un notable escritor que ha hecho, desde hace ya un buen tiempo, un pacto muy serio con el éxito. Su inquietud y persistencia son tan notables como las del mismo Guty al rasgar su guitarra, sólo hay que imaginar esas incipientes clases que Carlos y su hermano Enrique recibieron del inolvidable “Zapote”, aquel maestro de enjuta figura que tuvo igual un triste final.
Seguro estoy que la leeré de nuevo; acostumbro hacerlo con los libros que me gustan, pues me permite, en un segundo repaso, la oportunidad de descubrir otros nuevos placeres. “La muerte del Ruiseñor” es un trabajo novelístico que ampliamente recomiendo y para eso estoy aquí esta noche, para invitarles a conocer esos trozos de vida del gran artista yucateco que a través de sus canciones y a pesar de su juventud nos dejó a los yucatecos ese acendrado y bien ganado orgullo por lo nuestro.
Salpicada ha estado nuestra vida de esas hermosas estrofas que con genial sensibilidad escribieran poetas como Antonio Mediz Bolio, Ricardo López Méndez, Ermilo “Chispas” Padrón, Alfredo Aguilar Alfaro entre otros y que el legendario Augusto “Guty” Cárdenas Pinelo pusiera música para hacerlas himnos de amor, verdadero y puro.
Pero a quien mejor hay que recomendar es a tan extraordinario escritor como lo es Carlos Martín Briceño, que, paralelamente a Guty, es un notable cantador de buenas y cuajadas historias todas llenas de ese su innegable orgullo de saberse parte ya de la pléyade de grandes y muy importantes escritores de nuestra sin igual península yucateca.
El autor es cronista de Valladolid
El texto se publicó originalmente en el periódico Novedades de Yucatán en enero de 2021