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Para decir gracias o de cómo me hice escritor

Tuvieron que pasar casi dos décadas de lecturas

Carlos Martín Briceño
Foto: Facebook Carlos Martín Briceño
La Jornada MayaJueves 1 de agosto, 2019

Para don Enrique Martín García.

La vida está hecha de casualidades o de destino. Al recibir la llamada de Roxana Maldonado Espinosa en la que me anunciaba que yo sería protagonista en la LXXI edición de la Feria Municipal del Libro de Mérida, recordé que durante mucho tiempo, mi padre, cuya vida se agota, tuvo en su buró el libro Chucherías de la historia, de Juan Francisco Peón Ancona –editado a principios de los años 80 por don Raúl Maldonado Coello–, volumen de anécdotas yucatecas que leía con curiosidad a razón de una o dos páginas antes de meterse a la hamaca.

Mi papá lo había comprado, precisamente, en una Feria Municipal, cuando ésta se realizaba todavía en los corredores del Palacio Municipal, luego de una de sus visitas a la Plaza Grande donde solían bolearle los zapatos.

Con La ciudad y los perros, novela de Mario Vargas Llosa, se me despertó el deseo de convertirme en escritor. La edición era muy atractiva. La portada tenía la fotografía de dos canes callejeros a punto de morderse; la trama, impactante. La historia me reveló que había algo más allá que mi adolescencia transcurriendo sin sobresaltos en un hogar yucateco de clase media en los años setenta. Y no me la podía quitar de la cabeza. Era como si el Jaguar, Alberto, el serrano Cava y el Esclavo, estudiantes del Leoncio Prado, fueran mis compañeros. Los sentía tan reales que constantemente volvía a las páginas de la novela para aprender de sus reacciones ante la adversidad.

¿Cómo es que Vargas Llosa era capaz de transmitirme esa emoción que no me abandonaba? Algún día iba a descubrirlo, y trataría de hacer lo mismo con mis propias historias.

Tuvieron que pasar casi dos décadas de lecturas –y un providencial divorcio–, para que comenzara a fraguar mi aventura literaria. La soleada mañana de domingo en la que descubrí, a mis treinta y un años, en las páginas de un periódico local el anuncio que sería crucial para mi futuro, es inolvidable. “Taller de cuento de Agustín Monsreal, inscripciones abiertas”.

A partir de ese hallazgo, con la complicidad del maestro, empecé a pergeñar mis primeros relatos. Y ya no me detuve. Me sumergí en el vórtice del ambiente cultural yucateco, desesperé por escribir, publiqué un par de plaquettes (de las que espero no quede una sola viva) y aún persevero en esos afanes. Más tarde, los consejos de Rafael Ramírez Heredia, Beatriz Espejo, Jorge Lara Rivera, Rosa Beltrán, mi hermano Enrique, Eusebio Ruvalcaba y Gerardo de la Torre, me ayudaron a ser exigente conmigo mismo buscando construir lo que los conocedores han dado en llamar una “voz propia.”

Como me siento tan contento, no puedo dejar de reconocer la influencia de la opinión de mis compañeros del taller del Centro Yucateco de Escritores, una asociación civil que, a decir de Rosa Beltrán, “agrupaba a un conjunto de poetas y narradores extraordinariamente talentosos y sobre todo, raro en los talleres, con mucha maña y mucha mala leche, es decir con experiencia de escritores…, un grupo que tenía una inmensa pasión por la literatura y algo más”. A estas alturas, cada vez que me toca entregar algún texto a la imprenta, me pregunto con resquemor qué pensarían del mismo los integrantes del taller con los que estaré siempre en deuda.

Entonces comencé a escribir con mayor ahínco y mi esfuerzo fue recompensado con algunos premios de cuento, siendo los primeros el Nacional Beatriz Espejo que convoca año con año el municipio de Mérida, y el Nacional Jesús Amaro Gamboa que auspicia la Universidad Autónoma de Yucatán. Ahora que lo pienso, ambos sirvieron de catapulta para que tanto la Editorial Dante, como la célebre editorial Ficticia, se animaran a publicarme.

Seré un escritor tardío, pero en los últimos veinte años he publicado cinco libros de cuentos, uno de crónicas, una antología personal, una compilación de cuentistas peninsulares, una novela y otra antología sobre autores que han escrito acerca de Mérida.

Algunos han creído que mi trabajo literario vale la pena. Me siento especialmente contento de Montezuma’s Revenge que me dio el Premio Internacional de cuento Max Aub 2012, en Segorbe, España y del libro De la vasta piel por el cual me otorgaron el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares 2018, en Chihuahua, México.

No sé qué disfruto más, si leer o escribir. Lo que sí, es que ambas son tareas solitarias que exigen tiempo y dedicación. Al leer establecemos una conexión directa con el autor y ayudamos a compensar la banalidad de nuestra era. Al escribir compartimos con los otros nuestra cosmovisión y lo que guarda nuestro corazón.

Promover el volumen impreso y llevarlo al paso de los meridanos en sitios transitados como la explanada de correos, en la médula del mercado grande, es uno de los principales logros de esta septuagenaria, pero todavía juvenil feria. Y no puedo dejar de aprovechar este momento para pedirle a las autoridades meridanas que sigan apoyado este esfuerzo.

Acepto el reconocimiento que se me otorga como un espaldarazo para proseguir mi carrera. Un compromiso para no decepcionar a los que han confiado en mis páginas. Y aunque me tarde un poco y les haga esperar para el brindis, agradezco a la Asociación de Editores y Libreros Raúl Maldonado Coello y al H. Ayuntamiento de Mérida por llevar a cabo, durante tantos años, este evento que celebra al libro como vehículo idóneo para la difusión de las ideas, especialmente a Roxana Maldonado Espinosa por continuar con el legado de su padre; al H. Ayuntamiento de Mérida, que a través de Irving Berlín Villafaña, su Director de Cultura, continúa apostándole al fomento de las Bellas Artes para elevar la calidad de vida de los meridanos; a la doctora Cristina Leirana, por haberse tomado el tiempo para analizar mis textos; a mis alumnos de taller literario de los miércoles, ya que ellos confirman la sentencia de Cicerón: “Si quieres aprender, enseña”; desde luego a la sabiduría de mis padres, porque dispusieron libros para la formación del carácter de sus hijos; a mi querida esposa Ariadna y a Emilio y Esteban, mis hijos, por la certeza de su cariño y su gran paciencia. Y sin duda a todos ustedes que, no obstante la tupida llovizna, me acompañaron en esta ceremonia.

Mérida, Yucatán
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