Eduardo-Cerdán

‘De la vasta piel’, Carlos Martín Briceño por Eduardo Cerdán

En lo que va de este siglo, Carlos Martín Briceño se ha colocado en el panorama nacional como uno de los narradores más notables de su generación. Bajo el sello de Ficticia –cuyo catálogo, gracias al buen ojo de Marcial Fernández, es ya un referente importante del cuento mexicano contemporáneo– se publicó en 2017 De la vasta piel, antología personal del yucateco que reúne veintinueve relatos provenientes de sus libros anteriores.

El erotismo y la violencia obsesionan al autor de Montezuma’s Revenge, quien se ocupa de sendos temas sin caer en el tratamiento que han fatigado varios de nuestros narradores contemporáneos. Él apuesta por los grandes temas, pero prefiere fijarse en los acontecimientos anodinos, en lo cotidiano, y partir de ahí para tender las cuerdas tensísimas que son sus relatos.

Una característica encomiable en las ficciones de Carlos Martín Briceño –que, por cierto, se acaba de estrenar como novelista con La muerte del ruiseñor, publicada en Ediciones b– es la creación de las atmósferas. Sabemos perfectamente qué comen los personajes, cómo condimentan sus platillos, a qué huelen las cocinas de sus casas. Como casi todos sus cuentos suceden en el sureste mexicano, el lector se ve envuelto en un ambiente provinciano, caluroso y húmedo, con trova de fondo, con gente que siempre tiene cervezas a la mano, con señoritas que tocan el piano en sus casas de muebles antiguos y desgastados por el salitre.

Coincido con Mónica Lavín, quien prologa el volumen, cuando emparienta a Briceño con el estadunidense Raymond Carver. No porque sus estructuras se asemejen (Carver, ya se sabe, es de la escuela chejoviana, mientras que el mexicano prefiere rematar la mayoría de sus cuentos por el camino de la sorpresa), sino por el tipo de caracteres en que ambos se fijan. Los de Carlos Martín Briceño son personajes carentes y, por lo tanto, llenos de aspiraciones, porque sin ausencia no hay deseo.

Aunque las criaturas del yucateco buscan escamotear las fragilidades propias mediante el contacto con los otros, nada les sale bien. Es fama que, para un cuentista, la felicidad no es un buen asunto. Por ello no extraña que estos cuentos estén poblados por perdedores, corruptos, parias, drogadictos, jóvenes ingenuos, ricos venidos a menos, esposas hastiadas y hombres que se sienten emasculados.

Hay en la cuentística de Carlos Martín Briceño un amplio catálogo de masculinidades, acaso uno de sus mayores aciertos. Sus personajes varones –niños, adolescentes y adultos– se enfrentan a problemas propios de su sexo: el machismo que se ejerce en contra de los hombres, ritos iniciáticos sui generis y experiencias intramuros que, aunque casi nunca se dicen, ocurren con frecuencia. La vida conyugal es, desde luego, el terreno propicio para que el cuentista indague en las dinámicas de las relaciones amorosas y de la paternidad.

De la vasta piel, muestra de rigor estilístico y de talento en la urdimbre de sus tramas, es una excelente puerta de entrada para la obra del yucateco.

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