Recuerdo que cuando empezaba a escribir, un editor me dijo que, tanto por las exigencias del mercado como por respeto al lector, cualquier libro de cuentos que aspirase a ser publicado, tendría que tener una verdadera “unidad temática”. Aunque en ese momento no entendí a ciencia cierta a qué se refería, con tal de no parecer neófito, decidí quedarme callado. Me limité a seguir escuchando la perorata de aquel editor jaliciense quien, por cierto, al cabo rechazaría tajantemente mi primer libro, precisamente, por carecer de aquel requisito.
Con el paso del tiempo entendí lo que aquello significaba: que nadie debería escribir un cuentario donde hubiera temas “de chile de dulce y de manteca”. Pensado en lo anterior, si hubiera que escoger una palabra para definir el hilo conductor o la unidad temática en los textos de Días de fiesta, el libro que hoy nos convoca, ésta sería, sin duda la palabra Desolación.
Desolar, dice la Real Academia Española, tiene que ver con afligirse y angustiarse en extremo. Y es así, precisamente, como viven todos y cada uno de los personajes de este libro de Ileana Garma. No estamos pues, ante un volumen complaciente, pero tampoco ante un libro violento o dramático, como cabría esperar de estas historias donde nadie es feliz. Ileana, ganadora del prestigioso premio de poesía Caza de letras, de la UNAM, con un hermosísimo poemario titulado Ternura, nos obsequia en éste, su primer libro de cuentos, una colección extraña, hermosamente triste, cuya belleza radica en la fuerza poética de sus descripciones.
Así, en medio de las peores escenas de algunos de estos relatos es posible encontrar una imagen del entorno que nos reconcilia con la vida.
Como en el carveriano cuento La cena, cuando madre e hija devoran salchichas grasosas sin dirigirse la palabra y la tensión puede cortarse con cuchillo y afuera “el viento gira como un tigre hambriento”. O como en el chejoviano cuento El beso, cuando la protagonista decide emprender el regreso a la ciudad a continuar con su monótona vida, sin haberse atrevido siquiera a acercarse al campesino de piel bronceada y ojos penetrantes que la ha cautivado, y descubre que “la noche despertó poco a poco en tonos azules”. O mejor aún, como en el caso de Adán, el protagonista de Feliz cumpleaños, cuando, luego del pleito definitivo ve llorar a Susana y la mira alejarse “bajo la catarata de árboles nocturnos”.
Dividido en cuatro apartados, Días de fiesta contiene nueve historias, seis de ellas contadas en primera persona. Historias que, en algún momento, bien hubieran podido formar parte de la trama de una novela.
En el primer apartado, titulado Tres cárceles, la autora presenta un trío de fábulas, aparentemente sin conexión, que solo al final de su lectura podemos entender sus entresijos. Es cuando descubrimos que tanto la vendedora de pájaros que anhela dejar la soltería, como el profesor de primaria que renuncia a la ciudad y decide irse a dar clases a una ranchería, y hasta la mujer mayor olvidada por sus familiares y que mata el tiempo tejiendo chambritas y mirando películas gringas en un feo restaurante chino, lo único que desean hacer con sus acciones incongruentes es llamar la atención, colorear un tanto la grisura de sus existencias.
En Todo es así de simple, el segundo apartado, y el que bajo mi punto de vista es el mejor logrado de los cuatro, Ileana no oculta su admiración por Raymond Carver. Los dos relatos que lo componen, La cena y Feliz cumpleaños, bajo su aparente sencillez, revelan una profunda angustia contenida que pugna por escapar en forma de letras.
Niños y El beso se titulan los dos cuentos cortos que conforman Un mínimo detalle imprevisible, el apartado número tres. Aquí, Ileana Garma nos lleva de viaje a Sudamérica, a una fría playa peruana, quiero suponer, por aquello de la inca-cola, donde la protagonista ha quedado de verse con un novio cibernético. Más tarde, la autora decidirá pasearnos por un bosque cercano al DF, donde una mujer divorciada intenta cabalgar y hallar de nuevo su lugar en el mundo.
Cierra el volumen con el apartado que presta su nombre al título: Días de fiesta. Aquí, muy al estilo de Murakami, conviven dos historias urbanas de jóvenes, sazonadas con mucho alcohol, sexo y suicidio.
Cito:
“Todo aquello era parte de la euforia de esos días. De las fiestas que se encadenaban a otras fiestas, y que nos dejaban con un vacío permanente, incapaces de soportar ya el viaje de regreso a nuestras casas, los trenes de la cinco de la mañana, en medio de tanta gente preparada para el trabajo, con sus vidas bien ajustadas como una corbata de lino”
Los puristas dirán que estos no son cuentos, que la voz poética de Ileana Garma ha permeado tanto los relatos de Días de fiesta que corren el riesgo de perder su fuerza narrativa y trocar en estampas literarias, en imágenes de belleza tenue con personajes tristísimos. A esos envidiosos yo les diría que, lejos de bucear en los intrincados recovecos de las reglas, mejor déjense llevar y disfruten de la narrativa diferente de esta extraordinaria poeta a quien felicito por atreverse a cortar sus amarres y lanzarse a recorrer el intrincado y sinuoso camino del cuento.