Por Mauro Barea
Tras leer a Carlos Martín Briceño puedo asegurar que es un gran estudioso del comportamiento humano, en especial del mexicano contemporáneo. Sin realmente saberlo, se dedicó a ello desde su niñez, navegando las lecturas de la Familia Burrón de Gabriel Vargas. Además, lector inquieto desde temprana edad, ya se identificaba con personajes tan complejos como los de La ciudad y los perros de Vargas Llosa y se preguntaba si podían ser reales. Llegó a tal punto de analizarse a sí mismo mientras los cambios en la adolescencia hacían mella en él, a través de las obras de Cecilia Eudave.
Carlos es un ciudadano consciente de la problemática ecológica que atraviesa su ciudad Mérida, y crítico incisivo de sus vialidades y carnavales; incluso la política no deja indiferente a sus múltiples análisis que van más allá de la ficción, y además celebra la poesía en sus múltiples vertientes. Es un férreo defensor de la lectura como regocijo individual y como vía para obtener elementos intelectuales para reaccionar ante situaciones adversas. Muchas de estas cosas le identifican como un escritor consciente de la tierra que pisa. Todo esto nos hace pensar que nos encontramos ante un observador cotidiano de primer nivel, que lleva lo mejor y más intenso de la naturaleza humana a cada uno de los cuentos que conforman su colección, en especial Montezuma’s Revenge y otros deleites, que considero su mejor obra hasta la fecha.
Al decir observador cotidiano no pretendo minimizar esta habilidad, todo lo contrario: el escritor debe ser capaz de captar los sucesos cotidianos, esos que aparentemente no tienen cabida en el ajetreado mundo que vivimos, pero que de alguna forma nos marcan y permanecen ahí en la mente, cocinándose. Y hay que recalcarlo: Carlos es un cuentista nato y obstinado; a pesar de que sus seres queridos y cercanos lo han conminado a escribir novela, el no desiste, es su medio válido para acercar a la gente a la lectura, como lo refiere en sus entrevistas.
¿Qué se puede decir de este compendio de cuentos? Todas las historias se salen con la suya, nos hacen sufrir, revuelcan la narrativa de tal forma que, inconscientemente, deseamos un final idóneo, y me sorprendió que no solo llegara ese final que el lector desea con toda la fuerza en casi todos los deleites —así denomina Carlos a los demás cuentos—, sino que sobrepasa la expectativa lectora y el golpe de efecto es crucial en cada uno de los relatos. Relaciones que se llevan con la tensión de cuerdas de violín a punto de reventarse, pleitos de pareja cotidianos que se salen de control al ritmo de acusaciones avinagradas, deslinde de culpas y estribillos de las canciones de Timbiriche chirriando en nuestros oídos. Conflictos políticos, empresariales y de doble moral impregnan el ambiente de personajes que juegan a ser morales, pero son inevitables: somos nosotros, con necesidades básicas e innegables.
Pero Montezuma es un caso aparte.
Montezuma’s Revenge es una historia que lleva la venganza implícita desde el título, un delicioso desquite entre personajes que manipulan la realidad y que no deberían tener la razón en sus actos, pero los personajes se convierten en personas, las personas en nosotros, y es cuando llevan actos cotidianos hasta sus últimas consecuencias, convirtiéndolos en actos moralmente condenables, pero soportados por el lector: el escritor nos hace cómplices sin necesidad de ponernos una pistola en la sien.
Lo raro de leer a Carlos es que encontramos un placer malsano en los actos que no saben de leyes ni moralidades, es un juego de temperamentos, de la sangre que gobierna a cada uno de esos espectros con piel humana y toman el control de la narración; la sangre que sube y baja cuando se le antoja. Debo decir que sucumbí al placer malsano: me sorprendí placenteramente satisfecho al terminar de leer este cuento.
La Venganza de Moctezuma es en el llano concepto una vulgar diarrea sí, pero Carlos la llevó más allá: sacó adelante una idea, y la colocó como el desquite definitivo del mexicano ante los extranjeros, inexpertos y desconocedores de nuestro imaginario popular. Nos lleva a la venganza rápida, trepidante. Es esa rara situación que se da cuando Goliat es vencido por David, en un juego donde el ingenio nacional sale a relucir y se muestra como algo de orgullo, y atrae por sí mismo al vulgo. Es en ese imaginario donde la venganza mexicana se regodea, se cocina en apariencia lenta mientras juega sus hilos invisibles; cuando nos damos cuenta, incluso la aplaudimos, porque nuestra idiosincrasia lo reclama: somos mexicanos, nos gusta ganar y a veces la obsesión de ‘ser más chingón’ y el terror constante de que puedan vernos la ‘cara de pendejos’ es un llamado de guerra que nos incendia y obliga a triunfar ante los extranjeros —sobre todo ante los gringos y españoles por antonomasia histórica—, en cualquier tipo de competencia en que la vida nos encuentre. Y más si esta competencia trae consigo una rubia “insoportablemente antojable”, un ingrediente explosivo que desde el inicio nos indica problemas, y de los grandes.
Carlos comprendió excelentemente la idea de esta venganza en particular, y terminó esculpiendo un cuento disfrutable de principio a fin, situaciones cuyos escenarios son el Sureste, el Caribe mexicano, sitios con los que nos vamos a identificar plenamente como quintanarroenses. El escenario es inigualable: el juego es en casa, jugamos de locales y queremos que el mexicano gane, y que no solo gane, humille, aplaste la Historia y la hegemonía implícita de las naciones poderosas. ¿Los medios cuentan? ¡Claro que no! México tiene que ganar, (a huevo). Para concluir: la venganza de Moctezuma no se sirve fría, y menos en el trepidante cuento de Carlos.
Fue un verdadero placer tener a Carlos Martín Briceño con nosotros en Cancún, un lujo por su calidad narrativa y como persona, del que podemos aprender mucho no solo como escritor en mi caso particular, sino como un lector que busca esas historias para emocionarse, pasar un buen rato. Ya de cada uno depende el desarrollo de su criterio a través de las lecturas.