Por Kenia Aubry
[…] si toda la vida compleja de tanta gente se desarrolla
inconscientemente, es como si esta vida no hubiera existido. Shklovski
En 2015 se cumple el primer centenario en que los Formalistas rusos enseñaron al mundo otro modo de ver la literatura. Víctor Shklovski, entre los estudiosos de esta corriente crítica, es uno de mis favoritos, lo digo así con ese adjetivo pueril. Hoy, en la excesiva mercantilización y reciclaje literario, es momento de ponernos exigentes, de volver los ojos a Shklovski para reclamar a los hacedores de la literatura textos extrañados, textos que enrarezcan el objeto y las situaciones cotidianas (pienso, por ejemplo, en “Ante la ley” de Kafka) para atraer nuestra atención y despertarnos del amodorramiento en el que nos sumerge el hábito.
Algunas obras narrativas de los jóvenes escritores, y de otros no precisamente novatos, han expoliado la ficción de su literatura, al no esforzarse en la búsqueda de formas otras de contar una historia. Como la Historia es una mala maestra, dice Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, los temas se repiten: la corrupción, la impunidad, la alienación social, los abusos del poder, la violación a los derechos humanos, por mencionar algunos; ante el mal gusto que tiene la Historia de repetirse, los narradores tienen que ingeniárselas para contar sus historias desde otras perspectivas, si es que quieren huir de las imágenes obvias que no interesan a la obra de arte literaria.
Traigo a los formalistas rusos a la presentación de Montezuma’s Revenge y otros deleites por el placer de acercar a los espectadores a un libro lleno de extrañamientos desde las situaciones más cotidianas. El autor no lo sabe, no tiene por qué, pero conozco algo de su narrativa. El primer texto que me acercó a su obra fue “La utopía extraviada”, antologizado en Un nudo en la garganta (2009), una selección de cuentos canallas de la editorial Trama y, en mi pensar, uno de los mejores relatos de esa antología. En 2010 tuve un encuentro con otro de sus libros de relatos, Caída libre (único género hasta ahora cultivado por el autor), publicado por Ficticia Editorial, misma casa editora de Montezuma’s Revenge y otros deleites.
Para comprender hay que comparar, decía Hermann Broch. Entre Caída libre y Montezuma’s Revenge y otros deleites hay un paralelismo y un distanciamiento. La correspondencia es por la temática: las circunstancias de la cotidianidad en las que algo rompe el curso de la aparente normalidad y las trueca en perversas, como el cordón del zapato (descontextualizo a Charles Bukowski) que se desata cuando caminamos deprisa. El distanciamiento lo pone el crecimiento narrativo: encuentro, entre una obra y otra, variaciones y perfeccionamiento. En el mejoramiento de la arquitectura de un texto en el qué dice y, sobre todo, cómo lo dice, se aprecia y se valora el largo camino a la perfección del estilo. El trayecto literario de Carlos Martín Briceño ha dado como resultado la prosa ágil y pulcra de Montezuma’s Revenge y otros deleites.
Hoy se ha vuelto una generalidad hablar del humor de la literatura con un sentido festivo, como si toda obra literaria tuviera la obligación de contener esa condición estética de la festividad. Pienso (y no me destornillo de risa) en el niño mongoloide y obeso del relato “Caprichos” «vestido con ropa brillante y una capa pringada de lentejuelas» que escucha sin parar las canciones de Timbiriche; el alto volumen de la música importuna a los vecinos, una pareja formada por una mujer autoritaria y un hombre pusilánime que detesta a su madre por los recuerdos de una infancia rígida y llena de reproches.
Quiero decir con el ejemplo anterior, que el humor que desprende Montezuma’s Revenge y otros deleites (me refiero al humor que mueve los sentidos del lector) no es esa chispa que salta para hacernos reír. El humor de los relatos es el del aguafiestas que inquieta y remueve los ánimos. En ello reside, a mi juicio, la condición estética y la profundidad del libro. Las situaciones que plantean la mayoría de los cuentos no inducen a la comicidad, pero eso no impide (tomo la idea de Kundera) que la luz discreta del humor que recorren los relatos del autor peninsular abarque «todo el entero paisaje de la vida» en la cotidianidad.
Si bien las narraciones contenidas en Montezuma’s Revenge y otros deleites no tienen un desenlace cómico, sí puedo decir que detrás de cada relato sobresale la experiencia del autor sobre la condición humana. Es evidente que desde hace tiempo, Carlos Martín Briceño dejó (vuelvo de nuevo a Kundera) «de tomar en serio la seriedad de los hombres» y dejó de solemnizar a la vida. Por esa razón, sus relatos tienen el artificio de la simplicidad a través de una arquitectura narrativa que ha procurado otras formas de contar las insignificancias de la cotidianidad; los diez cuentos que componen el libro (“Caprichos”, “Made in China”, “Autoservicio”, “Montezuma’s revenge”, “Deleites”, “Zona libre”, “Hacer el bien”, “Dios los cría”, “Quizás, quizás” y “Matrimonio y mortaja”) son la prueba de que un lenguaje hermético no siempre es el precio de la profundidad.
Es un mérito narrativo esa aparente linealidad en relatos como “Autoservicio” o “Caprichos”. El efecto del recuerdo es algo más que un simple trasladarnos al pasado, es el elemento fundante en algunas narraciones. Pongo por caso “Autoservicio”. El narrador nos lleva a las recordaciones del personaje con una doble intencionalidad: primero, para desentrañar la identidad del individuo; segundo, para explorar diversas situaciones de la experiencia humana. Si, en la infancia, el personaje de “Autoservicio” no hubiera estado encerrado en una caballeriza con uno de sus primos que le murmura al oído: «vamos se siente bien rico, date la vuelta, es lo que sigue», sería totalmente distinto al adulto que se encuentra —en una tienda de autoservicio mientras escoge «el cereal […] que tanto le gusta a Chema, su hijo menor»— con el joven Rodrigo en busca de sexo; o, por lo menos, es el pretexto narrativo del hombre para justificarse a sí mismo su preferencia sexual.
Me ha fascinado, por los efectos de sentido que genera, el epígrafe de “Zona libre” tomado de Agustín Labrada (lo cito): «En casa esperaron las noticias del viaje». Esta frase más que conducir al lector a una lectura posible, cumple con la función del final no dicho en la historia, aunque sí advertido. Un ingeniero de la John Deere acude presto a su cita con el alcalde de Río Hondo para cerrar un negocio de ventas de maquinaria agrícola. Cerrado el trato y de vuelta a casa sucumbe a los placeres de la prostituta de carretera, olvidando que el tiempo «le había enseñado que si no quería terminar como su antecesor, con la garganta cercenada […] debía andarse con cuidado e intimar lo menos posible con esa gente» venida del norte, «seres de médula podrida» que han venido «hasta esta frontera olvidada huyendo del narco o de líos con la ley». No les cuento el final, sólo les recuerdo el epígrafe: «En casa esperaron las noticias del viaje».
No hay personaje en Montezuma’s Revenge y otros deleites que no sucumba a los diferentes placeres. Y no por nada el libro de Carlos Martín Briceño incluye en su título la frase “y otros deleites”, pues los placeres sensuales y del ánimo debaten a los seres de tinta y papel entre el ser y el deber ser, como sucedió al protagonista de “Zona libre”, de “Autoservicio” o a los personajes de “Dios los cría” que son la cara y el envés de una moneda. La dualidad del individuo representada en Ivett y en Octavio asiduos a las reuniones de «seudointelectuales en las que se daba cita ‘todo el mundo’», pero con intereses muy diferentes, su mujer necesitada de esas fiestas para existir en el mundo actoral y «ansiosa de ganarle la partida al tiempo»; Octavio, «no obstante haber publicado […] un par de novelas policiacas en una editorial de cierto prestigio, no pasaba de ser un hombre de familia jugando al intelectual». Octavio está harto de ese ambiente y de su vida misma, que no compagina con los intereses y el carácter de su mujer, pero no puede imaginar su vida sin ella.
El cuento que, a mi parecer, sintetiza con acierto la dualidad del ser y que recoge el espíritu del libro es “Matrimonio y mortaja”. El narrador nos introduce al drama de Chéjov, Tío Vania, para corroborar, a través de la representación, la hipocresía de Lourdes que dramatiza en exceso un falso dolor por la gravedad de Raúl, su marido, que ha sido contagiado por el virus de la gripe H1N1. Hacia el final del texto, el narrador —que piensa en el fingimiento de Lourdes— parafrasea lo que mira de la puesta en escena: «en el papel de Elena Andreevna, mi mujer se había retirado llorosa de la finca, rumbo a Moscú, en compañía de su anciano esposo, cambiando el amor por las apariencias y el dinero, aceptando con total sumisión su rol de hembra buena».
El asunto de la cotidianidad es el eje que vertebra todos los relatos. Mas su particularidad es una cotidianidad que siempre se fractura por alguna debilidad de la condición humana (por la dualidad del ser y del deber ser) y ese recurso nos depara la sorpresa al final de cada relato; como acontece en “Dios los cría” en el que se vislumbra un sentido trágico en los hijos de Ivette y Octavio, sugerido por una incompleta llamada telefónica; o, bien, la buena fortuna del protagonista de “Montezuma’s revenge” que ha cometido un asesinato, se ha desecho de la oportunista Paige y tiene al destino de su parte.
Restarle seriedad a los individuos y a la vida no atenta contra el humor, es la luz juiciosa de éste que se posa sobre los relatos para hacerlos parir de significados, para develarnos que el principal aspecto de la condición humana oculta «los demonios de la resignación y la hipocresía». Una idea más elaborada sobre la enfermiza y pedestre cotidianidad llega al alma de las cosas en “Matrimonio y mortaja”: a través del parlamento de la actriz del Tío Vania (la obra que miramos dentro del cuento) se explícita la conformidad y el tedio del día a día: «¡Qué podemos hacer, hay que vivir! Nosotros, tío Vania, viviremos. Viviremos una larga hilera de días y tediosas noches. Soportaremos pacientemente las pruebas que nos depare el destino…».
Las voces narrativas que emplea Carlos Martín Briceño para la construcción de sus historias son las tres personas gramaticales (yo, tú, él). Mas lo que destaca en cualquiera de ellas es el recurso del monólogo narrado o la reflexión de los personajes sin la exteriorización de sus pensamientos. Este recurso estético viene, quizá, a redondear una preocupación del autor, me refiero a la vida insatisfecha y vacía de los personajes que sólo expresan sus verdaderos deseos a través de la confesión mental, con lo que el autor parece decir que los individuos sólo en ese estado psíquico somos medianamente auténticos. En suma, la composición narrativa de Montezuma’s Revenge y otros deleites realza el poder de lo fútil (de la cotidianidad) para confrontarnos con nuestra naturaleza humana.
No tendría que decir lo que voy a expresar si la vida cultural de nuestro país no continuara centralizada en exceso. En el sur existen voces que tienen un sinfín de historias que contar y Ficticia Editorial —que nació patrocinada por el Anis del Mono de la Casa Osborne, el alcohol no siempre tiene connotaciones negativas— apuesta por los escritores del sur que han decidido residir en sus ciudades de origen. Para contar historias con verdaderas condiciones estéticas no se requiere estar en la capital del país ni pasarse la vida en el jet set literario; lo que se necesita es la megalomanía para querer escribir la historia más bella del mundo, belleza que sólo se alcanza —como ya nos lo enseñó Cervantes, Sterne, Kafka, Woolf, Joyce— en ofrecer significados nuevos para dotar al mundo de narraciones que piensan.
Enhorabuena, Carlos, por las hermosas ficciones que nos regalas en Montezuma’s Revenge y otros deleites, sin las cuales la vida fútil y complicada de tanta gente se desarrollaría inconscientemente, como si nunca hubiera existido.