Por Sergio González Rodríguez
Como cuentista, Carlos Martín Briceño (Mérida,1966) ha logrado un equilibrio entre la potencia vital y la potencia intelectual. Cada pieza suya reconstruye vivencias de sus personajes, que conforme entran en zonas extremas de violencia, sexualidad o extrañamiento de lo cotidiano superan en su mente lo acontecido a través de pensamientos, percepciones, vislumbres de lucidez o incertidumbre. Sólo un escritor de alto rango puede resolver en pocas páginas la riqueza narrativa que plantea en sus cuentos.
Si bien en los últimos años la literatura mexicana ha presenciado el auge de narradores, cronistas y ensayistas del norte del País, Briceño muestra que desde las letras del sur es capaz de alcanzar registros de gran calidad. Discípulo de narradores distinguidos como Rafael Ramírez Heredia, ya extinto, y Agustín Monsreal, el autor de Caída libre (2010) acaba de publicar Montezuma’s Revenge y otros deleites (Ficticia) en el que reúne 10 historias de madurez expresiva que llevan al lector a confrontar y cuestionar sus propios miedos y perplejidades.
El relato que le da título al libro, ganador del Premio Internacional de Cuento Max Aub 2012, ofrece uno de los mejores textos de su género publicados en las letras mexicanas de los últimos años: una historia de violencia y secretos donde la naturaleza configura la atmósfera para una complicidad necesaria. El vértigo tropical que consuma el crimen perfecto. En este cuento se observa una diferencia clara respecto de los narradores del norte: Briceño sabe mantener una tensión firme que se revela poco a poco, mientras los norteños eligen el golpe súbito desde la primera línea.
Los demás cuentos de Montezuma’s Revenge y otros deleites reproducen un procedimiento renovado: los personajes están inscritos en una trama que o los muestra en el límite de su existencia o los pondrá en una situación de desafío, ya se trate del regreso de los deseos soterrados, la irrupción súbita del peligro, la certeza del asco ante el mundo o el horror presentido que acude a la cita con la fatalidad. La oscuridad del comportamiento humano que advierte a cada instante un trastorno inevitable.
Especialista en recrear espacios, relaciones, episodios de saturación, Briceño acude a la sutileza, la contundencia, la ironía, el sarcasmo que jamás se ven rebasados, sino, por el contrario, surgen bien dosificados para beneficio de la lectura: «No me acuerdo bien del forzado viaje al pantano de Isla Pájaros, pero sí el de los muslos blancos de Paige y el penetrante olor a marisma que colmaba el aire. Entendí el porqué los isleños no acostumbraban ir más allá de El Cielo: allí no había nada que valiera la pena, sólo un fangal capaz de tragarse cualquier cosa. Comenzaba a clarear cuando nos detuvimos frente a una hondonada. Bajé del vehículo y observé: mangle y pantano, un pequeño infierno grisáceo».
Briceño domina el género cuentístico, y su preferencia por el desenlace sorpresivo no sólo plantea el círculo de la relectura de los hechos, sino que deja cada relato en un punto tan centrífugo y abierto que desafía cualquier obviedad. La convergencia de estas virtudes narrativas, sumadas a su estilo personal (una prosa concisa, contrastante, ajena a la retórica emotiva) dotan de originalidad excepcional a su literatura.
Carlos Martín Briceño, al lado de otros cuentistas superiores de su generación como Mauricio Montiel Figueiras o Edson Lechuga, consuma su vertiente particular de una propuesta de excelencia: un mundo interior, un lenguaje apropiado para expresarlo y una complejidad que asume la forma de sencillez desconcertante. Montezuma’s Revenge y otros deleites ennoblece el oficio de narrar.