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El calor y sus deleites

Entrevista con Eugenia Montalván para Tierra Adentro

carlos martin leyendoEn Mérida, a veces en invierno nos sentimos como si fuera pleno verano; hoy es un día de ésos, y a Carlos Martín Briceño le encanta este clima bondadoso. Por más alterado que esté el termómetro universal, él sabe que en Yucatán casi siempre se disfruta de mañanas soleadas, diáfanas y electrizantes ¡Odia el frío! Al abrir los ojos, sonrió pensando que lo esperaba una junta de trabajo; también disfruta su papel de ejecutivo clase A, y le hace feliz tomar su lugar en la empresa y hablar de negocios codo a codo con la gente que mueve el timón de los negocios acá en el Sur de México. Entonces, después de bañarse, se deleitó con las caricias de su nueva rasuradora eléctrica al comprobar que realmente le deja un semblante impecable. También por eso se sintió contento, y con ese ánimo salió a la calle, en su flamante automóvil.

Rin, rin… sonó su celular de repente.

—Oye, Carlos, ya leí tu libro, ¿qué tal si nos vemos hoy y así te hago la entrevista de una vez?—. Ésta soy yo, en llamada de larga distancia, desde el Centro.

—Sí, de acuerdo, ¿está bien a las once?

—Claro, tomamos un café, si quieres.

Carlos vive en el Norte de Mérida, donde el aire circula relajado; mis coordenadas son otras: el primer cuadro de la ciudad, epicentro del caos que arma el transporte público, sobre todo los camiones, en manos de choferes prepotentes. Por supuesto, aceptó que nos viéramos de este lado, pero en un jardín. Se apareció con media hora de retraso, lógicamente comprensible. Traía arremangada la camisa blanca; por unos minutos —con los dos celulares sobre la mesa— asumiría el protagónico y estelar rol de escritor con libro nuevo.

Ficticia le acaba de publicar Moctezuma’s Revenge y otros deleites en la colección Biblioteca de cuento contemporáneo. Yo lo leí la semana pasada, acostada en la hamaca, como si estuviera de vacaciones, en pleno verano.

Sin preámbulos, con el tiempo contado, Carlos me cuenta el trasfondo de uno de los cuentos más picantes de su nuevo libro: “Zona libre”.

—Yo iba en la carretera y de verdad me estaba durmiendo, cuando de buenas a primeras una mujer de vestido rojo levanta el pulgar pidiendo aventón.

Sin analizarlo mucho, Carlos hace alto y ella, rápidamente se trepa, se abre la blusa, le expone los senos y, listo, él le dio 50 pesos o un poco más, quién sabe; la hizo bajar inmediatamente. No tolera la prostitución. El cuento salpica sudor, saliva y otros efluvios. Sin embargo, la trama sexual adquiere otro sentido cuando, al final, se descubre parte de la escena violenta quintanarroense en los límites con Belice.

—Es una frontera olvidada, donde absolutamente todo queda impune. De hecho —confiesa— en la empresa nos pedían que no viajáramos por allá después de las 6 PM. Las instrucciones son claras: No se atrevan a meterse por esa zona de Quintana Roo. Lo que sucede allá no sale en los periódicos.

Este cuento tiene un epígrafe de Agustín Labrada: “En casa esperaron las noticias del viaje” (el verso alude a la historia verídica de un desaparecido). Carlos define a Labrada como un auténtico chetumaleño, si bien es un periodista cubano que reside en esta frontera desde hace más de 20 años, y quien —por cierto— ahora está pensando en residir en Mérida, dadas las restricciones y finiquitos que para el gremio cultural acaba de imponer el gobierno de Borge.

“Matrimonio y mortaja”, en la página 95, es otra de las emocionantes narraciones de este libro y también sobrevuela sucesos reales: puros malos tratos y una alta carga de chantajes, intereses bajos e hipocresía. Claramente vemos a una joven mujer en situación triunfante a punto de enviudar. El marido, rico y exitoso (amigo íntimo del escritor) tiene los minutos contados en la cama de un hospital. Ella ignora que Carlos sabe la verdad:

—Yo nunca le dije relájate, no tienes que fingir, pero sí lo hice a través de las letras. Muchos de mis personajes hacen lo que los seres humanos quisiéramos hacer o dicen lo que quisiéramos decir y no nos atrevemos.

“Moctezuma’s Revenge”, el cuento que da título al libro, es trascendental. Fue Premio Max Aub (2012), y descifra un suceso erótico-sanguinario escalofriante que tuvo lugar entre Mérida, Playa del Carmen y Holbox. Carlos y su noviecita inglesa, llamada Paige —¿qué será de esta joven vida real?— hacen diablura y media sin medir las consecuencias.

De vuelta a la ciudad decidí mandarla a la chingada. ¿Qué necesidad tenía de ser tratado de esta manera? ¿No era yo quien pagaba todo? Me sentía mal conmigo mismo. Ya no era un muchachito. Fu un fin de semana demasiado caro como para terminar haciéndome puñetas.

Martín Briceño no pretende transmitir paz espiritual a sus lectores, lo subraya: “Tengo parientes que me dijeron que, por favor, ni siquiera los invitara a la presentación de mi libro. Piensan que cada vez estoy más enfermo”. Además, una compañera de trabajo le comentó: “soy depresiva y tus cuentos me hacen pensar demasiado, siento que leerte me puede dañar”. Pero eso no es nada. En pleno taller literario, una chava le preguntó: ¿No tiene miedo de que la gente crea que estas historias las ha vivido usted? ¿No le avergüenza? En lo absoluto, le contestó.

—Cualquier escritor que tenga miedo de mostrarse a través de las letras, que mejor no escriba. Si la gente piensa que el personaje central soy yo, no me importa, no tengo ningún problema con eso. No sé si es descaro o callo por el tiempo que llevo escribiendo, pero no. Ahora, otra cosa: para la gente que no me conoce, es difícil relacionarme con el escritor porque trabajo en una empresa.

—Y tienes look de…

—De ejecutivo bien.

Con esta respuesta, obviamente vuelvo a ubicar al escritor en las circunstancias que definí al principio: miembro de la junta yucateca de altos salarios y viajantes. En su pasaporte está estampado el visado chino, por ejemplo, y de allá también se trajo recuerdos…

“Made in China” huele a fritangas y por medio de él vemos el árido paisaje de la gigantesca industria que mueve al mundo; su perspectiva es la de un mexicano sensible consciente del declive:

—He llegado a pensar que la gente ya no debería tener más hijos. Yo fui muy valiente: tuve dos. Lo que se avecina para el mundo es oscuro, y no se trata de un pesimismo a priori, es un pesimismo que va in crescendo. Cada vez la gente está más desencantada de lo que sucede y cómo se desarrollan los pueblos. China es una tristeza, pues en Estados Unidos se respetan los derechos humanos y la ecología, tienen límites, pero en países como China, donde lo único que importa es el crecimiento económico, no tienen límite. Nadie dice nada. Es una dictadura. Si China es el ejemplo a seguir, el mundo está jodido. Mira qué diferente es Japón, pero ¿quién habla ahora de Japón? Se piensa que es un país de viejos, y seguimos el modelo de China porque es lo que quieren las grandes empresas. China se justifica ante los países europeos diciendo que es lo que ellos hicieron hace cien años, ¿es éticamente justificable? Yo creo que no.

—Ahora, en tu opinión, ¿cómo está el medio literario yucateco?

—En Yucatán, a mi juicio, faltan muchos talleres y falta que nos enfrentemos con el resto de la república. Yucatán se ha quedado rezagado en comparación con estados como Guadalajara, Monterrey, el D.F., y el Estado de México. Traigo a cuento las palabras de Rafael Ramírez Heredia: no te conformes con ser el escritor de tu localidad, porque aquí vas a ser muy aplaudido, pero desconocido en la república de las letras. Confróntate. Solo así puedes trascender, aunque te duela que te digan que no sirve lo que escribes.

La filosofía de Rafael Ramírez Heredia caló profundo en Carlos. Ahí donde el autor de La mara impartió su taller, ahora el alumno plantea sus propios argumentos para incitar a otros a escribir.

—Acuérdate que le costó mucho trabajo a Yucatán abrir los premios estatales de literatura a toda la república, y lo mismo sucedió con la bienal de artes visuales, pero los yucatecos tenían que confrontarse. Si viviera Ramírez Heredia me diría que asimilé bien sus enseñanzas. A mí nadie me puede venir a decir que el Premio Max Aub me lo dieron los cuates.

Exacto. Carlos Martín Briceño se desligó de la mafia estatal con su pluma tenaz afilada en aquellas pláticas de cantina con su maestro, cuando entre trago y trago le insistía: No te conformes con ser el Premio Calcetok.

Linda imagen. Tengo conocidos en ese pueblo de calles de tierra, entre ellos Max, de oficio albañil. Calcetok se conoce por sus piedras y sus grutas, pero realmente no es ni siquiera un destino turístico en el mapa yucateco.

Martín Briceño como autor de Ficticia se conoce también por Los mártires del freeway y otras historias (2006 y 2008) y Caída Libre (2010), obras a las que se accede al teclear www.ficticia.com.

Antes de Ramírez Heredia, creo, quien le metió la cizaña de la productividad fue Beatriz Espejo; en su nombre existe un premio nacional convocado aquí en Mérida, y él lo ganó en 2003. Desde otras latitudes, Gonzalo Rojas y John Banville también son influencia definitiva en su vida: nada le impide desvestirse, frente a sus lectores, en la primera provocación.

“Quizás, quizás” es otra muestra de ese temperamento altamente sexual con el que ya había impregnado otras aventuras. En éste la neta es que Elsa, su primera conquista, le dio el sí de buenas a primeras y acabaron en el hotel de paso más popular de Mérida cuando él solo tenía 19 añitos.

En fin, ya quedó claro que nuestro amigo es un goloso capaz de mojarse los dedos en la grasa caliente de la cochinita pibil para antojarnos con sus deleites. La mesa está servida, sus jefes no se van a enterar.

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