Cuando Manuel Tejada me invitó a formar parte de los presentadores del libro de Kurt Hackbarth, me advirtió: nada más que los cuentos están escritos en inglés. ¿En inglés?, me pregunté. ¿Será que el bueno de Marcial Fernández ha decidido entrarle de lleno a la globalización desde la trinchera de su editorial? Por supuesto acepté; era momento de probar cuan efectivos habían resultado el Teachers Training del Instituto Benjamín Franklin y el curso intensivo de inglés avanzado (por el que había pagado una fortuna) en aquella escuela en Manhattan, cuyo nombre se me escapa a la memoria. Porque hay qué decirlo, una cosa es parlotear la lengua inglesa de manera coloquial y otra, muy distinta, ser capaz de analizar con profesionalismo un texto literario en ese idioma.
No obstante, al recibir Interrumpimos este programa me di cuenta que todo había sido un error, el cuentario no estaba en inglés, simplemente había sido escrito por una persona cuyo idioma natal era la lengua de Shakespeare. Nada extraordinario, pensé, una más de esas joyas del cuento que FICTICIA Editorial decidió traducir para deleite de los seguidores del género.
Pero de nuevo me equivoqué: Mónica Lavín, autora del prólogo, me sacó de mi error: Interrumpimos este programa había sido pensado y escrito originalmente en español porque Kurt Hackbarth, su autor, decidió convertirse en narrador en “ese su segundo idioma, su segunda piel”. Estamos pues, ante un Joseph Conrad del siglo XXI, un autor que como el polaco, decide escribir en una lengua diferente a la suya para incursionar de manera directa en el mercado de su otro idioma.
En este caso se trata, además, de su ópera prima, un trabajo de nueve buenos y bien elaborados relatos en los cuales el autor, según comenta Mónica Lavín en su prólogo, “explora diversas realidades tanto fantásticas como habituales de México y Estados Unidos en el que el lector nunca deja de ser público, agente externo, de un museo móvil, de una obra de teatro itinerante, de una casa de espejos, de ese circo que es la vida y la que el fenómeno siempre está escena e, irónicamente, casi nunca en la mirada del espectador”.
¿Será que todos somos espectadores de este teatro que menciona Mónica o solamente los personajes de Kurt? Los protagonistas del primer cuento, El bebé francófono, son una pareja de norteamericanos que, de repente, descubren que su hijo recién nacido comienza a decir sus primeras palabras en francés, aun cuando nadie en casa sepa decir siquiera oui. La conmoción que suscita el bebé en los doctores, lingüistas y otros profesionales que lo atienden lleva a los Jhonson (así es como se apellidan los padres) a aceptar una residencia en Canadá donde, imaginan, su hijo tendrá mayores oportunidades, sin sospechar que el niño es apenas el primero de una serie de los nuevos niños del nuevo siglo. El cuento se mantiene muy cercano a esa línea ambigua que solía manejar Juan José Arreola, donde nunca sabemos si lo que se lee es realidad o ironía pura.
Y es que, además, tampoco sabemos en qué momento el relato derivará en un rompimiento entre el autor y sus personajes. Sucede, por ejemplo, con Marcas de estatura, donde Kurt, como creador, irrumpe de pronto, convirtiendo la historia en una suerte de teatro de la vida con la actuación estelar de una sirvienta-testigo que parece saberlo todo. El gran acierto de estos cuentos es su sentido del humor, el gran ausente de la narrativa latinoamericana contemporánea. Por ejemplo, en Interrumpimos este programa, a mi juicio uno de los mejores textos de la colección, Kurt narra con finísima ironía la historia de un trío de adolescentes norteamericanos y su excursión anual a la Gran Manzana. Allí descubrirán que, más allá del respeto a las instituciones, existe algo llamado dignidad que debe defenderse a capa y espada para que no termine pisoteada por aquellos que ocupan niveles superiores en la escala de la vida. Conforme la historia avanza el lector irá solidarizándose con los protagonistas quienes terminarán por escoger, si no el mejor camino, por lo menos el que ofrece mantener su dignidad casi íntegra.
Algo así le sucederá también a la protagonista de La Disco, una mujer desesperada por recuperar el dinero que le ha sido arrebatado por un estafador de cuello blanco encerrado, momentáneamente, en La Disco, una cárcel oaxaqueña donde todo es posible, incluso la justicia.
Un Dios a destiempo y El Museo de Media hora abordan el tema de lo insólito y sus infinitas posibilidades. ¿Qué sucedería si de repente recibiéramos en casa la visita de los últimos hombres del futuro dispuestos a quedarse a vivir con nosotros? ¿Qué pasaría si un visitante de sabrá Dios donde llega a un bar para anunciarnos el futuro cual profeta del último siglo? Kurt plantea las circunstancias con tal naturalidad que como lectores no nos queda otro remedio que creerle y quitarnos el sombrero. Mención aparte merece el cuento Des (en) terrado, un homenaje a Edgar Allan Poe donde el enterrador resulta enterrado.
Finalmente Kurt Hackbarth, estadounidense nacido en Connecticut pero nacionalizado mexicano, narrador graduado con honores en la Universidad de Fairfield pero que imparte talleres de literatura y monta obras de teatro en Oaxaca, no se queda con las ganas de recordarnos que, antes de cuentista, fue dramaturgo. De allí el último relato donde decide mezclar a los protagonistas principales de los cuentos previos para ponerlos al servicio de su creador y regalarnos, a manera de colofón, un divertidísimo collage de voces inconformes con el papel que les ha tocado jugar.
Con la decisión de Kurt de utilizar el español en lugar de su lengua materna para escribir sus primeros relatos, la cuentística mexicana gana, sin duda, una voz sólida que se suma al prolífico concierto de la República de las letras.
Texto leído por su autor el pasado viernes 29 de Noviembre, en la Ciudad de Mérida en la Biblioteca Manuel Cepeda Peraza, durante la presentación del libro “Interrumpimos este programa” (Ficticia Editorial, México 2012, 145pp) de Kurt Hackbarth, con la presencia de Pamela Villanueva y el autor