En Noviembre del año pasado, Editorial Dante – empresa yucateca empeñada desde hace más de 30 años en distribuir buena literatura a los habitantes del sureste mexicano- publicó nueve libros surgidos de su segundo Concurso de Creación Literaria.
En palabras del narrador Adolfo Fernández Gárate, director editorial de dicha empresa librera, este certamen tiene como propósito “promover y dar a conocer el trabajo de los creadores literarios de la Península de Yucatán”.
Siguiendo el consejo de Adolfo, y habiendo sido el que esto escribe miembro del jurado que seleccionó a los vencedores, me atrevo a recomendar como lectura de verano dos cuentarios que forman parte de los libros ganadores. Me refiero a “Cuentos de sexo, drogas y rock and roll”, de Rigel Solís Rodríguez y “De regreso a la noche”, de Felipe Alí Santamaría Ricci.
A pesar de que ambos tienen estilos muy diferentes, tanto Rigel como Felipe cumplen con una premisa indispensable para trascender en la literatura del siglo XXI: seducir, atrapar y divertir al lector.
Rigel pertenece a la estirpe de los escritores mexicanos, cada vez más escasa, capaces de aliviar el infortunio con la risa. Por sus páginas desfilan rockeros lujuriosos, semi intelectuales metidos a exploradores, ejidatarios justicieros, clase medieros adictos a la mota y hasta un perro suicida. Sus 18 cuentos cortos están fabricados con una mezcla de cinismo, irreverencia, sarcasmo y mala leche que obligan al lector más escéptico a quitarse el sombrero. No exagero al decir que “Cuentos de sexo, drogas y rock and roll” es un libro al que hay que acercarse con la vejiga vacía, para evitar “wisharse” de risa durante su lectura.
Por otra parte, un acierto (que algunos puristas condenarían) de estos relatos es que, no obstante estar plagados de yucatequismos, en ningún momento el narrador se preocupa por explicar su significado. Son las acciones y circunstancias de los personajes los que indican al lector de qué va el asunto. De esta manera, acaso sin proponérselo, el autor “universaliza” vocablos y despierta en las ganas de conocer más sobre el modo de vida de los habitantes de la hermana República Yucateca. Acaso lo único que podríamos reclamarle a Rigel es la falta de rigor argumental en algunas historias que parecen desdibujarse con demasiada rapidez en la mente de los lectores.
El caso de Santamaría es diferente. Se trata de un narrador -de apenas 19 años- que escribe con una seriedad literaria asombrosa. Desde que leí la primera de sus historias me di cuenta que estaba frente a un artista con un rigor personal extremo. Dice Felipe Alí, en la contraportada del libro que éste, su primer trabajo, “es resultado del aprendizaje de tres años donde se conjugan, en una primerísima exploración, algunos discursos y estructuras narrativas en donde me atreví a hacer pequeñas experimentaciones”. Totalmente de acuerdo: se agradece que Santamaría se salga de las aburridas estructuras lineales que desfavorecen la buena literatura. Y aunque, debo decirlo, algunos de sus finales no me parecieron tan convincentes (En “Lo que faltaba”, por ejemplo, una excelente historia sobre lo frustrante que puede llegar a ser trabajar en Burguer King, me hubiera encantado que el personaje principal terminara por sacar la angustia acumulada de otra manera), no puedo dejar de reconocer que Santamaría ha tenido el acierto de crear en las páginas de este volumen un pequeño teatro de este mundo, una hechizante comedia humana digna de ser revisitada. Infidelidades, fantasías sexuales, hastío conyugal, perros parlantes y secuestro se conjugan para hacer que “De regreso a la noche”, sea una lectura más que recomendable.
Miembros de una nueva y pujante generación que no se conforma con facebokear y subir a la red sus trabajos por las madrugadas, Felipe Alí Santamaría y Rigel Solís, estoy seguro, seguirán dando mucho de qué hablar en la historia de la literatura contemporánea yucateca.