Han pasado quince años desde que en un diplomado en letras encontré, por primera vez, un texto de Beatriz Espejo.
Roger Metri, quien impartía la materia de cuento contemporáneo, decidió leernos en voz alta el relato titulado Alta Costura. La narración recrea el día en que la pequeña Roma Chatov va tejiendo en el taller de Paul Poiret el chal que arrebataría hacia la sombra a la legendaria Isadora Duncan. Todavía me fascina. Su ritmo, musicalidad, su anclaje histórico y la acuciosa descripción del ambiente cultural de la Europa de principios del siglo pasado, me hicieron pensar que estaba ante una escritora excepcional, de altos vuelos; alguien cuya obra bien valía la pena conocer. El cerrado aplauso con que el grupo de estudiantes festinó el desenlace, lo corroboró.
Beatriz Espejo, quien para entonces ya había obtenido el Premio Magda Donato (1986), el Premio Colima de Narrativa (1993) y el premio de literatura del INBA en San Luis Potosí (1996), sólo por citar algunos, era ya una referencia obligada en la literatura mexicana. El único que vergonzosamente parecía ignorarlo era yo.
Por eso me enorgullece que tres lustros después, años y libros de por medio, Beatriz me haya escogido para que la acompañe a la presentación de Si muero lejos de ti (Lectorum 2012), su cuentario más reciente.
Ambicioso desde cualquier punto de vista, el volumen reúne catorce relatos basados, la mayoría, en trozos de vida de personajes célebres. Así, a lo largo de sus 161 páginas, con la sagaz pluma de una escritora consumada, veremos retratados a la innovadora Silvina Ocampo, a la mítica Marylin Monroe, a la poetisa Sylvia Plath, al abogado poeta Manuel José Othón, al renacentista Leonardo da Vinci, al genial pintor Alberto Gironella, a la inolvidable Agatha Christie, al político y hombre de letras, Salvador Díaz Mirón; al retratista de la revolución social, Agustín Yáñez; a la demencial emperatriz Carlota, a la polémica Elena Garro, a la optimista Colette…Imágenes impecables, enriquecidas con la ficción, que la autora dispone con oficio.
Por eso, devenimos testigos del disimulado desconcierto anímico de la Christie, en el cuento Miss Marple a la vuelta de la esquina, cuando se entera que para resolver el misterio de la desaparición de Madeleine, su sobrina nieta preferida, heredera de la mitad de su fortuna, no hay móviles de ninguna especie. Y no los hay precisamente porque Beatriz Espejo, astutamente, entrevera presente y pasado, remitiéndonos al tristemente célebre caso de Madeleine, la niña inglesa de cuatro años desaparecida en Portugal en 2007. Con inteligentes trazos Beatriz Espejo nos hace conocer el modus vivendi y las manías burguesas de la Christie.
Con la misma precisión quirúrgica nos contagia en Poema de amor y odio, el cuento que abre la colección, la neurosis obsesiva de Silvina Ocampo, quien desde un monólogo interior impreca por su desamor a su esposo Adolfo Bioy Casares, el aristocrático y seductor escritor argentino cuyos deportes favoritos fueron el tenis, Jorge Luis Borges y la infidelidad.
La vida está hecha de desilusiones, vos me habías hecho entrar al Paraíso y desde ahí me soltaste. Ahora recorro el infierno
Y laberintos mentales son también los que envuelven a Carlota Amalia en el relato Miserere mei Deus y a Norma Jeane Mortenson en Marylin en la cama. En el caso de la primera, una segunda voz narrativa, poética y mordaz, se dirigirá a la emperatriz para condolerse de su estado. Ahora es una mujer adolorida, fracasada, a la que acaban de avisar del fusilamiento de Maximiliano y a la que ni siquiera le queda el consuelo de un hijo que heredara la tez rosada de su padre, la nariz un poco roja cuando hubiera frío y la sagacidad política de su abuelo Leopoldo. En cuanto a la Monroe, será un narrador omnisciente, a través de los ojos de una pequeña reportera, (¿alter ego de Beatriz?), quien nos lleve a recorrer la degradación del mito. Desnuda de cuerpo, entre sábanas sucias, sin la protección del Chanel No 5, no queda más remedio que compadecernos de la rubia en decadencia.
La pequeña periodista notó que los pies de Marilyn asomaban bajo la sábana. Tenían uñas enterradas y huellas de barniz rosa, pies diminutos con plantas llenas de líneas incomprensibles y callos sobre el talón causados por subirse a tacones malabaristas.
Hay un relato en especial que cautiva por la ternura, desasosiego y solidaridad que despierta en los lectores, sobre todo en aquellos que se dedican a la literatura. Se trata de Sólo quiero escribir. Es una extensa carta que dirige la mecenas de la poeta inglesa Sylvia Plath a la madre de ésta. La misiva, que nunca llegará a su destino, analiza con un vívido, lúcido lenguaje, la corta existencia literaria de la Plath, desde el instante en que la protectora decide apoyarla para entrar al Smith College hasta el momento fatídico en que la melancólica poetisa resuelve preparar la charola del desayuno, ponerla junto a la camita de sus hijos, ir a la cocina, prender el horno y meter la cabeza dentro.
Se sentía encerrada en un saco como si le hubieran arrancado la carne de los huesos. Era una luchadora peleando contra gigantes descomunales. Inventaba planes descabellados y sobre todo me argumentaba convenciéndose a sí misma que su vida no había terminado, de que muchas ideas se convertirían en libros.
.Pero no solo personajes femeninos pueblan este libro. En Prisionero de amor, por ejemplo, aparece un Manuel José Othón, en su calidad de juez de provincia, empeñado en buscarle pareja a un mancebo que ha caído en su cárcel. A la postre, según cuenta o imagina Beatriz, será esta obsesión la que lo lleve a escribir su Idilio Salvaje, el poema que lo llevaría a la fama. Y en El prisionero y el bandido, la escritora retoma el pasaje del encuentro entre Salvador Díaz Mirón y Santana Rodríguez, a quien deseaba aprehender y dar muerte para llenarse de gloria. De manera magistral Beatriz narra la sagacidad del bandido para librarse de su sino.
“¿Sabe usted quién soy? Santana Rodríguez para servirle a usted…” El poeta y su compañero quedaron clavados en sus sillas por la audacia del bandido y su sangre fría a los que unió una risita y un comentario, “Le he oído decir que le faltan tabacos para inspirarse”. Y del pecho extrajo un haz de vegueros sanandrescanos. Los entregó al poeta que los tomó sin responder, sobre todo porque a esto siguió una reconvención, el consejo de regresar entre los suyos para escribir lo que realmente importaba.
Dejo para el final un cuento que seducirá a los yucatecos: La celebración, donde el novelista y entonces Secretario de Educación, Agustín Yañez, macho de Jalisco según refiere la autora, sale malparado por los desplantes de un simpático mayordomo yucateco de gustos refinados y pestañas rimeleadas. Beatriz debería confesarnos si la anécdota fue cierta.
No hay cuento menor en Si muero lejos de ti. Dependiendo de los gustos del lector, habrá favoritos, pero ninguno tiene desperdicio. Parafraseando a López Velarde, Beatriz Espejo sigue “fiel a su espejo diario”, publicando sólo obras depuradas con esmero de orfebre. Este libro, sin duda, es uno de los cuentarios más exquisitos de la literatura mexicana contemporánea.
Texto leído durante la presentación del libro de cuentos Si muero lejos de ti (Lectorum, México 2012, 161pp) en el auditorio del Centro Cultural Olimpo, en Mérida, Yucatán con la presencia de la autora, Beatriz Espejo.