Adrián Curiel Rivera, narrador defeño, cuya vida gira en torno a la historia y la literatura, y con quien se puede conversar sabrosamente de libros y escritores me ha invitado a presentar Vikingos, su más reciente libro. Acabo de terminarlo y me ha deslumbrado. Tanto, que quiero saber más sobre esta raza de Escandinavia que asoló al territorio europeo de los siglos VI al XI de nuestra era.
Me dirijo a la computadora, navego en la internet, indago, busco datos que aumenten mis escasos conocimientos sobre este pueblo de bárbaros adoradores de Odín, Thor, Heimdal y Loki, y al cabo de un par de horas, caigo en la cuenta de cuánto esfuerzo debió haberle costado a Adrián recrear, en 122 páginas, seis siglos de la historia de la humanidad. Aquí, en estos veintiún relatos de factura impecable publicados por la joven editorial Magenta, están incluidos el despiadado ataque al monasterio de Lindisfarne, el asedio vikingo a la ciudad de París, la toma de la, hasta entonces, inexpugnable Constantinopla; el obcecado y eficaz cerco a la Sevilla Musulmana, el desembarco de los nórdicos en Groenlandia, la llegada de Leif Erickson a las costas de la península del Labrador en América, 500 años antes que Cristóbal Colón. Se trata, pues, de una saga en la que Curiel Rivera, con pericia de narrador maduro, se ha decidido a ficcionar los hechos, a contar lo sucedido desde una perspectiva literaria diferente, amena, retomando la antigua vertiente de la novela histórica donde el discurso narrativo – y no la voluntad del escritor – determina el ritmo y el suspense del texto. Es un trabajo para leer sin prisa, degustando un capuchino, entre arias del Turandot y sorbos de vino tinto, (o en la madrugada, como yo) pero sobretodo, con una disponibilidad total de espíritu, condición indispensable para adentrarse por completo en el pasado de ese pueblo navegante y conquistador.
Los episodios relacionados con su historia satisfacen los requisitos de la más exótica novela de aventuras. Se incluye cercos militares, parricidios, extorsiones tasadas, naufragios, erotismo y violaciones, combates sanguinarios, descubrimiento de tierras ignotas. Algunas descripciones son tan certeras que se quedan como dibujadas en la memoria.
Sevilla, en efecto, era una ciudad resplandeciente, sembrada de minaretes espigados cuyas piedras, a fuerza de austeridad y sencillez, rivalizaban en luminosidad y grandeza con el sol y las altas nubes. Pensé que no éramos dignos de ese entramado de construcciones perfectas. Las casas se extendían en largas terrazas, los parterres húmedos cobraban, a la sombra embriagadora de los naranjos, una coloración azul oscuro. Ordené a mis hombres que fuesen comedidos; que tomaran sólo lo indispensable: las jóvenes más hermosas, los metales más deslumbrantes.
(La entrada de los vikingos a Sevilla, uno de los más impactantes pasajes del libro).
Apago la computadora, vuelvo a las páginas de este cuentario y recuerdo que Adrián ha dicho que estas historias las comenzó a escribir cuando era muy joven, que decidió hacerlo porque desde niño es un apasionado del tema y las novelas épicas. Entonces me convenzo de que esta obra nació como un tributo del autor a sus lecturas de infancia, a los volúmenes que, seguramente, tomó por casualidad de la biblioteca paterna y que lo marcarían para siempre en su estilo narrativo, un estilo como ilustra el siguiente párrafo:
Un par de jornadas después, a través de la bruma matinal, se fue prefigurando progresivamente una franja verde. Hacia ella enderezaron la nave. Millas más adelante los oscuros contornos de los álamos, de un azul casi añil, se redondearon. El viento mecía suavemente las copas frondosas y se respiraba una humedad tonificante. Había palmeras y chopos, la esbelta estructura de éstos contrastaba con los anchos pliegues cilíndricos de aquellas. Cuando la marea descendió llegaron a una zona de amplios bajíos. El barco quedó en seco y en alto, como si en lugar de haber partido de Groenlandia fuera a ser carenado en un astillero.
Pulcro y fluido, apoyado en una minuciosa descripción de los ambientes.
Dicen que los buenos libros son aquellos que al terminarlos, uno no vuelve a ser el mismo. Vikingos es de esta clase. Nos llena de horizontes, de travesías, de historia y aventura, y va, seguramente, a una nueva conquista: la de sus lectores.
*Texto leído en la Biblioteca José Martí de la Ciudad de Mérida, Yucatán el pasado 11 de Enero durante la presentación del libro de cuentos Vikingos (Libros Magenta/ México 2012/ 122 pp) de Adrián Curiel Rivera.