Con Los mártires del Freeway comenzó a sucederle a Carlos Martín Briceño algo que no le había sucedido a ningún yucateco de su generación dentro o fuera del Estado: aparecer en las listas de los más vendidos en la librería tal o cual de la capital del país. La coronación fue la 2ª reimpresión siempre realizada por su editorial no yucateca y el Ayuntamiento de Mérida.
Esto equiparaba a Carlos a quinceañero millonario y quisquilloso…todos querían estar junto de él para aparecer en la foto y gozar de sus quince minutos de fama como escritor. Carlos que se ha abocado a describir el pensar, sentir y actuar de ciertas clases medias yucatecas, sabe bien de que hablo.
Con Los mártires del Freeway Martín Briceño comenzó a ver realizado su anhelo (suena a letra de bolero), de ser famoso y exitoso. Lo cual es válido para cualquiera que trabaja tesoneramente y sobre todo a quien como él, se aplica disciplinadamente a tallerear sus textos en un (valga el atropello) taller literario.
Freeway también significó para Carlos enfrentarse a su Mister Hayde: ser escritor y dejarse de preocupar sólo de los chismes de los famosos de la literatura; comenzar a reflexionar sobre la escritura literaria más allá de los lugares comunes, pero célebres: Borges, Cortázar, Paz, Kundera, Saramago y el que se ponga de moda este fin de semana; huir del canto de las sirenas formado por todos esos “ebullentes” académicos en ciernes engolados y estirados, como si estuvieran planchados con mucho almidón, que se han formado en las universidades locales y que sin tener la formación, cultura y erudición de aquellos que fueron en las letras yucatecas: Mediz, Abreu, Peniche, Lara, Amaro etecé, etecé, etecé…se sienten superiores a éstos y se mueven como si el aire de la península no se los mereciera y por supuesto, menos nosotros los simples mortales. Desechar el delicioso caramelo de las cofradías, o quedar simplemente para el resto de su vida como Dr. Jekyll.
A partir de este primer volumen editado por Ficticia presentí como lector que Carlos comenzaba a elaborar su propio bestiario social. Con la aparición de Caída libre el presentimiento cobró forma húmeda y calurosa. Porque el calor, la humedad y el placer obtenido sin importar los medios que se utilicen para ello, ya sea desde un falo de marfil comprado a un gitano, sentarse a defecar mientras se espía al vecino guapo y buenón o, ejecutar a Bach en vez de Satie que como el consolador de marfil llega a la protagonista por manos extranjeras, es válido, reviéntele a quien le reviente (como suelen decir ciertos artistas yucatecos)…porque el placer es un derecho inalienable y en estos tiempos se consigue como se puede más que como se debe, a aunque a veces se consigne a quien lo obtiene…
Para Eusebio Ruvalcaba, Carlos es un escritor de altos vuelos. Para Beatriz Espejo tiene calidad y sutileza en el dominio del tema erótico.
Literatura con visos cosmopolitas -porque así lo quiere el autor-, que transcurre entre el sopor del mediodía, el después de varias copas de un merlot, piscinas y entregas sexuales demasiado “pensadas”, intelectuales, que nos llevan a preguntar ¿así se obtiene mayor placer?, ¿engarzando palabras que suenan poéticas cuando estás sobre el guayabo haciendo siqui-siqui?
Desde que recibió el premio Beatriz Espejo, le comenté que su literatura me recordaba a mucha de la que, en sus inicios, publicó Joaquín Mortíz en su serie El Volador…por lo del martini en mano y el fin de semana en la casa de campo.
Caída libre ha sido, porque así lo ha manejado el escritor, una especie de best seller, algo como nunca había sucedido en el Yucatán contemporáneo: entrevistas por todos lados y en todos los medios, declaraciones con algo de snobismo y pose de estrella de telenovela, mención intermitente que se forma parte de las listas de libros más vendidos en la semana, expectativa, misterio, emoción, alfombra roja y flashes de paparazis y en medio de todo esto (santificado sea su nombre), el escritor como estrella postmoderna siglo xxi.
Con Carlos Martín Briceño la literatura en Yucatán se torna todo un evento social y cultural, al estilo de la fallecida Susana Berrón. Bien, si así lo quiere. El único problema es que su literatura se vea empañada por tanto flash. El manejar el arte como un producto de consumo es una especie de performance que iniciaron en los años sesenta del siglo xx, con declaración a la prensa y todo eso, Carlos Monsiváis y José Luis Cuevas.
Lo único que no nos ha aclarado el escritor Martín Briceño es si asumió a su Mister Hyde o simplemente tuvo miedo, terror, horror, pánico y decidió ser simplemente Dr. Jekyll. Pero independientemente de lo anterior, esperamos, como lectores, más cuentos, más libros, más literatura de Carlos Martín Briceño. (Fernando Muñoz)