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El hombre que amaba a los perros

Era todavía un niño cuando oí hablar por primera vez del asesinato de León Trostki.  “Le destrozaron el cráneo con un piolet”, había dicho mi tío Jorge en una de esas sobremesas navideñas en que el amanecer suele sorprender a los comensales en charlas interminables. Y aunque en ese momento no tenía la menor idea de quién era Trostki – y mucho menos de lo que era un piolet -, la frase se me quedó grabada en el cerebro durante algún tiempo.

      Más tarde supe que Trostki había sido, junto con Lenin, uno de los de los organizadores clave de la Revolución de Octubre que derrocó a los zares en 1917, que un piolet era una pieza de metal utilizada frecuentemente por los alpinistas, y que dicho crimen ocurrió en México en 1940, una época en que yo ni siquiera había nacido: un tiempo de guerras durante el cual –mientras que el mundo se enfrentaba al nazismo – Stalin ejecutaba contra su propio pueblo uno de los genocidios más perversos del siglo XX.

    Cuento esto a propósito del libro que recién acabo de terminar de  leer, El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, para mi gusto la mejor novela que ha escrito hasta ahora este narrador cubano, famoso en todo el mundo por su exitosa serie de novelas policíacas protagonizadas por su alter ego, el detective Mario Conde.

     Ambicioso desde cualquier ámbito que se le mire, el libro narra tres historias que se alternan y entrecruzan a causa del cariño que sus tres protagonistas – León Trostki, Ramón Mercader e Iván Cárdenas – manifiestan por los canes.

     Con una fluidez poco común en la novela histórica actual, Padura nos acerca magistralmente a la vida de Trotski en el exilio (Turquía, Francia, Noruega y finalmente México); a la transformación del soldado republicano español Ramón Mercader en el brazo vengativo de Stalin; y a la angustia de Iván Cárdenas, escritor cubano frustrado, quien se encuentra en la playa con un Ramón Mercader viejo e infectado de cáncer, cuyo sentimiento de culpa sólo haya alivio en la confesión minuciosa de su crimen.

     Lo sorprendente en El hombre que amaba a los perros, no es lo que Padura cuenta (casi todos los datos concernientes a la vida de Trostki, justo es decirlo, fueron tomados de los libros de Isaac Deutscher) sino cómo lo cuenta.  A lo largo de sus 573 páginas, con una tensión dramática excepcional, el autor – quien recibiera recientemente el premio Roger Caillois de literatura latinoamericana – consigue que el lector no suelte el libro, literalmente, ni siquiera para dormir.

     Dicen los expertos que, a pesar del auge de la novela histórica, fabular el pasado no es cosa fácil. Sobre todo cuando el tema a tratar se ha vuelto tan de sobra conocido que es capaz de surgir en cualquier sobremesa. Con este trabajo Padura, por fortuna, rebasa con creces las expectativas del lector más exigente.

      El hombre que amaba a los perros es, sin duda, una excelente opción en estos tiempos de elecciones. Máxime porque en México pareciera que aún no aprendemos del pasado y a veces añoramos el regreso de los regímenes totalitarios.

 

El hombre que amaba a los perros; Padura, Leonardo; Editorial Tusquets; México 2011, 2da Edición; 573 páginas

 

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