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Los mártires del sureste

Pienso primero en una novela policíaca, ambientada en el Sureste, donde escritores aparezcan sin manos en los institutos de cultura de sus respectivas ciudades. El investigador, un narrador que haya abandonado su vocación por el oficio más rentable de la procuración de justicia, seguiría con precisión maniática el curso de los crímenes. Algunos modus operandis serían: un poeta que muere cuando alguien le incrusta en el cuello la flor de oro de su último premio y un tutor de talleres literarios asesinado a manos de una turba de escritores primerizos. Toda esta sicosis finalmente serviría para algo: para poner a la literatura en primer plano, en una península escasamente intercomunicada, poco reconocible y cuya única forma de tener lectores es morirse en circunstancias sospechosas.

Pensemos en otra historia policíaca: un saboteador del éxito literario, que hace todo lo posible porque ningún otro autor destaque. Impide becas, soborna a jueces de concurso, boicotea ediciones. De hecho, estoy seguro de que ese saboteador existe y fue el encargo de programar la presentación de un libro casi a la misma hora de la final de futbol y de la lucha del Doctor Wagner y L. A. Park, pues todos sabemos la afición que profesan los grandes lectores de literatura, desde Camus hasta Barthes, por el balompié y los cuadriláteros.

En ambos escenarios, no sé si Carlos Martín Briceño sería un buen investigador o una buena víctima. Ha demostrado con Los mártires del Freeway un gran talento para el género policíaco, pero al mismo tiempo, al ser uno de los autores que despuntan estaría en la mira de los saboteadores.

Es más, si yo fuera uno de los policías encargados de estos casos y tuviera que leer Los mártires del Freeway como el currículo del solicitante al cargo de investigador relataría el siguiente informe:

Campeche, Campeche, a 9 de noviembre de 2007

Señor comandante y editor en jefe, presente.

He leído con atención  y como usted me ha pedido, Los mártires del Freeway y he llegado al siguiente dictamen:

Se trata de un buen narrador, moderado que encaja perfectamente para tratar casos escabrosos, como el que enfrentamos en estos momentos. Un autor que se adentra a bajos mundos sin recurrir a la extravagancia o la sordidez en sí misma, pero que tampoco rehúye a las descripciones, las desolaciones y los temas eróticos. Yo diría que su tema principal es el derrumbe: de las relaciones, de las utopías, de la inocencia, de la necesidad de trascender.

Martín Briceño es un fotógrafo del fracaso y retrata las pequeñas y grandes claudicaciones de los seres humanos, ya sea a través de creyentes izquierdistas que visitan Cuba o mujeres que guardaron su virginidad para el hombre de sus vidas, que nunca llegó. Sus personajes parecen vivir una normalidad que de pronto se ve amenazada, como si después de algunos años de transitar un territorio seguro no hubiéramos advertido las arenas movedizas que vendrían más adelante. En sus relatos hay matrimonios cuya estabilidad pende de un hilo o investigadores ávidos de resolver un caso porque de ello depende su autoestima y no la vida de los otros.

En sus cuentos hay un marcado erotismo, lo que viene de nuevo a demostrar que de principio toda literatura es pornográfica: es decir, limítrofe. Rastrea fantasías adolescentes y la sexualidad a la mediana edad, tan repulsiva como piadosa, pero también la brutalidad de ciertas iniciaciones. Siempre equilibrada, la prosa de Martín Briceño da cuenta de un malestar personal y una cotidianidad que siempre esconde en sus pliegues  los más íntimos infiernos.

El autor es preciso, no se anda por las ramas como la mayoría de los investigadores y/o narradores. El lector agradece que no gaste páginas en las descripciones de exteriores, o en pistas falsas sino que dirija sus mejores baterías a decir las cosas directamente. Eso no quiere decir que su prosa sea escueta o carente de sensaciones. Un dejo de malestar transcurre en ella, porque sus personajes no están a gusto en el lugar donde se encuentran, ni en la situación donde han caído ni posiblemente en la vida que desde hace muchos años habitan.

Sin duda el relato más desarrollado, y el más extenso, es el que da título al libro: “Los mártires del Freeway”. Con sólo escuchar ese nombre –Freeway- sé que muchos asistentes se sonrojarán, o carraspearán o dirigirán la mirada hacia el vacío. “¿Freeway? Nunca he oído hablar de él”, dirán mientras se truenan los dedos, como Pedro antes de que cante el gallo. Y es que el antro gay por excelencia de Mérida y todo lo que simboliza le sirve a Martín Briceño para diseccionar a una sociedad a la vez temerosa e hipócrita.

Las muertes de homosexuales sobre los que trata el relato, desnudan (ésa es la palabra más precisa) muchos niveles sociales. Al hacer la necropsia de un cuerpo policíaco, el autor quizás nos brinda la mejor imagen de la podredumbre mexicana: ineficiencia, soberbia, humillación y desencanto, todo incluido en el mismo cadáver de nuestra realidad. Pero más que un brevario de síntomas mexicanos, “Los mártires del Freeway” es una narración que atrapa por sí sola al lector. Muy bien construido, preciso, verosímil, el descenso a los infiernos que protagoniza Desiderio Grajales es una buena muestra de los derroteros del relato negro en español.

Finalmente Martín Briceño se nos muestra como uno de esos criminalistas cuya mayor virtud es ponerse en la piel del asesino. A fin de cuentas es la función del narrador, que él cumple con absoluta pasión.

Atentamente

Eduardo Huchín Sosa

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