Para A.M., en sus 70 años de vida
Fue gracias a (o por culpa de) Agustín Monsreal que decidí incursionar en el sinuoso camino del cuento. Iba a cumplir 30 años y aún no había publicado absolutamente nada cuando me inscribí en el taller de narrativa que el maestro impartió en Mérida en el año de 1997. Cada fin de mes, Agustín “hacía viaje” (como decimos los yucatecos) desde la capital para escuchar y comentar pacientemente los textos de los que, entonces, aspirábamos a hacer literatura de nuestra cotidianidad.
Roberto Azcorra, Carmen Simón, Reyna Echeverría, Carolina Luna, Lourdes Cabrera, Jorge Lara, Celia Pedrero y otros cuyos nombres se me escapan a la memoria, esperábamos ansiosos la visita del maestro para robarle algo de su sabiduría.
Irónico, pero a la vez amable; exigente, pero a la vez generoso, Agustín nunca tuvo empacho en regalarnos en cada una de sus clases, eso que otros han dado en llamar “las claves de su intelecto”.
Fiel al género que eligió, Agustín no ha cedido a los embates de la moda editorial que dicta que todo cuentista debe “evolucionar” en algún momento a la novela. En este sentido, Monsreal se ha vuelto una referencia obligada para los que escribimos relatos, un ejemplo de que en literatura, la única manera de trascender es permanecer fiel a aquello en lo que uno cree.