Hay algo en lo que Tayde Bautista y yo estamos de acuerdo: los lobbys de algunos hoteles son fascinantes, ejercen una atracción extraña a la que resulta imposible sustraerse. Hablo, no solo de los fastuosos recibidores de esos hoteles de cinco estrellas con sus relucientes pianos de cola y lánguidos músicos de corbata, sino también de los de aquellos pequeños y antiguos establecimientos que intentan sobrevivir al nuevo siglo, con cierta dignidad, en los centros históricos de provincia. De estos últimos, recuerdo especialmente el lobby del Colón, un hotelito frente al cual solía pasar, todos los días, de la mano de mi madre, camino a la escuela primaria.
Principiaban los setenta y Mérida, por fortuna, aún no figuraba en el mapa de las ciudades privilegiadas por el turismo, esa actividad que, como dice Mauricio Montiel Figueiras, “se ha vuelto una plaga para la que al parecer no hay remedio”.
Quizá por eso la mayoría de los huéspedes del Colón solía ser gente mayor, europeos atildados, ansiosos por conocer las ruinas mayas, y cuyas mujeres portaban trajes de lino y pamelas policromas como en las carreras de Ascot.
Entonces aminoraba mi andar de niño y observaba con una mezcla de envidia y curiosidad esa vida diferente de luces de neón, sillones forrados de piel, espejos biselados, bebidas coloridas y mayordomos de filipina, hasta que sentía el tirón de mi madre que reprobaba miradas indiscretas.
Cuento esto porque, después de la lectura de este libro ganador del Premio Nacional de cuento Juan Vicente Melo,
volví a experimentar esa sensación de placer por la observancia de los lobbys que creía olvidada.
De la mano de la protagonista regresé a mi infancia y, por primera vez, anduve libremente por vestíbulos con música viva, terrazas bar al aire libre, bares sucios cuyas paredes han sido recubiertas de espejos, cantinas deprimentes y habitaciones de tercera.
Aunque un tanto disparejas en cuanto la profundidad de sus argumentos, las historias que conforman este cuentario (que también se puede leer como una noveleta, sin un orden predeterminado, tal como consigna la contraportada del libro) consiguen atrapar al lector por la contundencia de su prosa y la extrañeza de sus resoluciones.
Insatisfecha con su existencia, vencida por los años que se le han pasado dependiendo de una madre dominante, la protagonista decide un día librarse de sus ataduras, se viste con ropa provocadora y entra a los vestíbulos de los hoteles dispuesta a todo. O a casi todo.
Zapatos rotos, medias usadas, ratones de plástico, pañoletas, uñas negras, cualquier cosa que pueda perturbar la mirada, se vuelve un fetiche en los relatos de Tayde Bautista.
Con excepción de Hotel Moscú, fábula de violencia contenida, llena de diálogos vivaces que nos remite de inmediato a Los asesinos de Hemingway, todas las historias están narradas en primera persona, hecho que permite a la autora ahondar con mayor tino en la soledad de sus personajes.
Hay una Alicia que dirige la vida de la protagonista, quien, al igual que la madre, recrimina, exige, y no permite que el personaje central sea libre.
¿Quién es esta mujer que es capaz de perturbarla de tal forma? ¿Hasta donde puede llegar la soledad a atrofiar a las personas?
A través de sus historias, Tayde evidencia sus lecturas contemporáneas. Hay mucho de Paul Auster, de Ian McEwan, de Kafka y de Hemingway, sin duda, pero dosificados, feminizados por una mirada tierna de ese mundo hostil que se gesta detrás de las paredes de los hoteles de paso. El ojo inquisidor de Bautista avanza hasta perturbarnos y remitirnos a nuestros propios complejos internos que pugnan por salir de su encierro.
De paso, hay que decirlo, es un libro de cuentos hermosamente extraño. Un libro sofisticado que vale la pena leer, y que se aleja, para bien de la literatura mexicana, de esa narrativa femenina chabacana que caracteriza a las escritoras consentidas de las grandes editoriales.
Texto leído en la feria del libro del Palacio de Minería el 26 de febrero del 2011 durante la presentación del libro de cuentos De paso (FICTICIA Editorial, México 2011, 88 páginas) de Tayde Bautista.