Reacio a leer libros de moda, me había resistido a sumergirme en Gomorra de Roberto Saviano, novela que describe los “tejemanejes” del imperio empresarial y delictivo de la Camorra italiana, y que mi mujer me había obsequiado el día de mi cumpleaños.
La película, que fue todo un suceso durante su estreno en el 2008 en Cannes, no había conseguido despertar mi curiosidad: la hallé un tanto lenta, distante, aunque salpicada de memorables escenas de violencia contenida, dignas del mejor Scorsese.
Pero no es de Gomorra de lo que quiero hablarles. El libro, que ha vendido más dos millones de copias sólo en Italia, no es una novela convencional. Es más bien una crónica periodística elaborada con una avasalladora cantidad de datos. Muchas cifras, infinidad de fechas, demasiados nombres. Tal vez así tenía que ser, de otra manera no pendería sobre la cabeza del autor la amenaza de muerte que le endilgó la Camorra cuando el texto se puso de moda.
Lo que en realidad quiero enfatizar es la cantidad de muertos que, lleno de indignación, Saviano le endilga a esta organización en los últimos 28 años, la edad que él tenía al momento de escribir la novela.
Y cito
“3600 muertos desde que nací. La Camorra ha matado más que la mafia siciliana, más que la ‘Ndrangueta, más que las mafia rusa, más que las familias albanesas, más que el total de los muertos causados por ETA en España y por el IRA en Irlanda, más que las Brigadas Rojas, más que los NAR (Núcleos Armados Revolucionarios) y más que todos los crímenes de estado cometidos en Italia. La Camorra ha matado más que nadie.”
Más que nadie. La frase, debo admitir, quedó rebotando en mi cerebro varios minutos después de haberla leído. Para este autor, me dije, la cifra es escandalosa. ¿Y nosotros que llevamos ya más de 30,000 muertos “oficiales” desde que el gobierno actual decidió enfrentar de lleno al crimen organizado? ¡Qué débil se mira la mafia italiana frente a la mexicana! ¿Será que habremos perdido ya la capacidad de asombro los mexicanos? ¿Qué estamos esperando para levantar la voz y exigir a las autoridades que pongan fin a esta barbarie?
Hace unos días, un amigo cercano me comentó que, para su desgracia, estuvo presente en el restaurante “El Timón” de Cancún, el domingo pasado, en el momento en que dos individuos entraron al sitio y, a vista y paciencia de todo mundo, vaciaron sus modernísimas armas sobre un par de comensales. “Todo sucedió en segundos. El lugar estaba lleno de familias con niños. Lo único que acerté a hacer fue tirarme al piso. Aún no me repongo de la impresión”.
Por fortuna, en este episodio no hubo muertos “colaterales”. Sólo los “malos” sucumbieron ante su propio juego de poder. Pero ojalá todo fuera tan sencillo. La realidad, por dolorosa que parezca, es que la lucha contra el narco se ha convertido en una especie de guerra civil. Estamos inmersos en una espiral interminable.
Violencia, reza el dicho, genera violencia. A este paso, en poco tiempo será imposible salir a la calle sin temor a recibir una bala perdida. Y ni siquiera Yucatán estará exento.