Paradójico resulta que al norte de la ciudad de Mérida, donde recientemente se llevó al cabo el Congreso Mundial del Agua, y ahora el Congreso Mundial de Tierras Silvestres, se anuncie la construcción de un complejo residencial denominado Punta Lago que contará, nada más y nada menos, que con un enorme lago artificial para que sus moradores – reza la publicidad – “puedan integrarse al agua, tierra y cielo”.
Ubicado después del anillo periférico, en la extensión de la avenida en la que se encuentra el centro comercial City Center, este exclusivo desarrollo inmobiliario se anuncia como “el primero que en lugar de adaptarse al entorno, lo crea”.
Es muy probable que los constructores no estén enterados que la arquitectura del siglo XXI plantea precisamente lo contrario a lo que pregona su slogan publicitario, pues está comprobado que cuando el hombre se empeña en modificar sustancialmente el ecosistema, tarde o temprano, paga las consecuencias.
Y para muestra, bastan dos botones: el caso Cancún, cuyas hermosas y blancas playas son sólo un recuerdo, y el caso Ciudad de México, donde el agua ha comenzado a escasear debido a la sobreexplotación de los mantos acuíferos.
La construcción en nuestro municipio de un complejo de esta clase, pone seriamente en duda el compromiso del Ayuntamiento de Mérida para con la ecología. Máxime cuando el señor Eduardo Gasque Casares, director general de GC Inmobiliaria, empresa que desarrolla este proyecto, declara abiertamente que Punta Lago “forma parte de un programa parcial de desarrollo urbano de Mérida que garantiza el uso del suelo y de vías terrestres”. (Diario de Yucatán, Octubre 15). Cuesta trabajo entender que las autoridades hayan otorgado con tanta facilidad los permisos necesarios.
Ahora bien, tomando en cuenta que a menos de veinte kilómetros del sitio donde se erigirá Punta Lago, existe un mar espléndido, me pregunto qué interés podrían tener los futuros moradores de este lugar para tener un lago artificial junto a sus casas. Un lago que, debido a las altas temperaturas de la región, a buen seguro permanecerá seco la mayor parte del tiempo, o en su defecto, infestado de mosquitos por carecer de corrientes naturales. Siguiendo esta lógica, y de hacerse realidad este desacierto, es probable que en el futuro a algún audaz inversionista se le ocurra edificar en la ciudad, el primer fraccionamiento rodeado de coníferas.
El desarrollo económico de una nación no implica destruir el entorno, mucho menos comprometer los recursos naturales que heredaremos a las próximas generaciones. Yucatán es un estado plano bajo el cual corren largos ríos subterráneos que nos proveen de agua dulce. Mantengámoslo así. Mejor adaptarnos que intentar domesticar a la naturaleza.