Debí, como todos, haberme acercado esa noche a la novia y felicitarla calurosamente. Pero en el atrio de aquella iglesia franciscana, bajo ese tupido aguacero de arroces que las armonías de Mendelssohn cobijaban, era difícil apartar del pensamiento la trama de la novela de Alejandra Rodríguez Arango.
Digo esto como advertencia, pues probablemente, cualquiera que decida leer Quien bajo la piel, compartirá, como yo, la angustia de Julia, su protagonista, que justo en su cuadragésimo cumpleaños, toma conciencia de que algunas veces el matrimonio deviene en la agonía de la pareja.
Y mientras miraba a la novia, y el velo del tocado era movido por el viento, no podía dejar de evocar la historia de este libro que, a lo largo de sus noventa y cuatro páginas, me había mantenido pendiente del destino de esta mujer que ha decidido reinventarse y dejar atrás sus ataduras.
Insatisfecha, incapaz de encontrar la felicidad en las apacibles aguas de su núcleo familiar pequeño burgués, y con el pretexto de haber llegado al mezo del cammin di la vita – de acuerdo a las nuevas expectativas de la vida moderna –, Julia inicia, sin siquiera salir de su recámara, un viaje interior desquiciante que involucra al lector hasta el punto de llevarlo a cuestionarse la autenticidad en su propia existencia.
Y no es para menos, pues como la Emma Bovary de Flaubert, la Julia de Rodríguez Arango, precisa ser ella misma, pensar y actuar con la misma libertad que en sus sueños, sentirse constantemente amada. No le basta con el cariño de Omar, su queridísimo pero débil segundo esposo al que, dicho sea de paso, le hubiera hecho bien leerse algunos capítulos de El varón domado de Esther Vila; tampoco con el afecto de Emilia, esa Electra adolescente tan preocupada por la felicidad de la madre y cuya presencia sólo sirve para recordarle a Julia que su juventud comienza a marchitarse. Y mucho menos con la incitante atención que le prodiga Joaquín, su amante ocasional y al que distinguen algunos rasgos de pasión hollywoodense. Por el contrario, la suma de los afectos obliga a Julia a destruir todo cuanto la rodea.
Y cito:
Más que alterada está cansada de simular ser quien no es, de fingir una felicidad que está lejos de sentir. Omar insiste en hablar con su mujer cuando los cuestionamientos de aquélla le han provocado llagas, cuando la sonoridad de su voz interna ha opacado la propia, cuando cada uno de sus poros expele vapor concentrado…Las palabras del marido avivan su deseo de provocarlo. La maldad es su defensa, lo hizo con su madre y el sentimiento de liberación fue placentero, ¿por qué no con su marido? Necesita certezas.
– ¿De veras quieres preocuparte? – reta ella -. Te voy a dar un buen motivo. ¿Qué pensarías si te dijera que desde hace años tengo un amante?
La autora ha estructurado el argumento de la novela mediante una dualidad de voces que, conforme avanzan, se convierten en un sinuoso juego de contradicciones. No es casual hallarse entonces con una Julia ejecutiva frente a una mujer con aspiraciones artísticas, a la esposa complaciente junto a un espíritu libre en los brazos del amante, a Julia madre devota contra una mujer que abomina de la maternidad. La razón en oposición a la sinrazón. El sueño frente a la realidad.
Y la manera en que Alejandra Rodríguez ha escrito ésta, su primera novela, hace aún mas evidente esta bipolaridad, pues mientras el narrador omnisciente describe con propiedad los sentimientos de la protagonista, la inquisidora voz alter ego de Julia que, de vez en vez, interrumpe el relato, revela los verdaderos sentimientos de esa mujer en búsqueda constante de individualidad.
Hechas las reflexiones anteriores, vuelvo a la novia, al atrio empedrado, al sonido arrullador del viento que atraviesa las frondas de los tamarindos, a la joven luminosa que recibe buenaventuras y que por la inercia de sus movimientos ha quedado justo a mi costado. Sonrío, doy media vuelta y me escabullo entre el gentío para evitar el abrazo fácil. Y mientras camino en busca de mi automóvil me quedo pensando, a pesar de todo, en esa armonía de dos como una reivindicación de la validez del amor, en el llano del absurdo existencialista como forma de resistencia. Y entiendo las razones del filósofo Stig Dagerman al decir, en su último libro, que no hay libertad para el ser humano pues nuestra necesidad de consuelo es insaciable.
*Texto leído por su autor el pasado 26 de mayo en La Casa de la Cultura “Elena Ponatiowska”, en Mérida, durante la presentación de la novela “¿Quién bajo la piel?” de Alejandra Rodríguez Arango (Plaza y Valdés, México 2009, 94pp), con la participación de Pamela Villanueva, Cristina Leirana y la autora.