45 grados: crónica de mi primer viaje a Uxmal
Evoco, ahora que la ocasión es propicia, la primera vez que visité Uxmal. Tendría ¿seis?, ¿siete años? Para el caso es lo mismo, los recuerdos de la infancia, al llegar a la adultez, se difuminan y entremezclan en los matorrales de la memoria. Recuerdo el viaje familiar a Chetumal en el Chevelle dorado, la salida al amanecer y el griterío de los káues que habitaban las copas de los tupidos flamboyanes de la Avenida Aviación. Entonces no había autopistas en el sureste de México, y para llegar a nuestro destino, papá debía conducir por una angosta carretera de doble vía esquivando tráileres, zigzagueando ante los cráteres lunares de la carpeta asfáltica, aminorando la velocidad cada tanto por causa de los