Dorar la píldora
Por Mónica Lavín Carlos Martín Briceño ha sido un leal cultivador del cuento. Anda a sus anchas por el género de lo breve donde prolonga la tradición del cuento de atmósferas, donde la anécdota a veces es tenue y las zozobras se descubren en las sutilezas. Chejov, el Joyce de Dublineses y Carver le andan por las venas. Lo suyo es lo cotidiano. Los personajes insatisfechos que no saben que lo están, o que lo reconocen porque la felicidad está en otra parte. El deseo es elemento esencial para que los personajes que habitan estos mundos compactos exhiban sus fragilidades. Lo he leído con entusiasmo desde siempre (“Los mártires del Freeway y otras historias”, “Caída libre”, “Ficticia”) y descubro en