dos novelas metaliterarias

Dos novelas metaliterarias | Alejandro Pérez Cervantes

En la contingencia las lecturas devienen accidentales, caóticas, fragmentarias; complementarias y a veces coincidentes. Hablaré esta vez de las correspondencias formales, temáticas y espaciales de dos extraordinarias novelas recientes, publicadas por dos narradores mexicanos: “Perseguir la noche”, de Rafael Pérez Gay y “La muerte del ruiseñor”, de Carlos Martín Briceño.

En lo estrictamente filosófico, la palabra “contingencia” es de suma pertinencia actual. Por ejemplo, para Aristóteles se refiere a “lo contrario a la necesidad”, es decir, a lo que podría suceder o no. Lo contingente se emparenta entonces con lo azaroso. Así, lo contingencia es una potencia de la realidad, lo que podría ser real o no, pero puede llegar a serlo: justo como el entorno social híper mediatizado e inédito de esta actualidad: una psicósfera expandida hacia otras incertidumbres. Es en este entorno en el que uno precisa asideros, correlaciones, una especie de cartografía del presente. Entonces aparecen las relaciones, las correspondencias, las rimas.

Llegué a “Perseguir la noche” por una recomendación de la periodista y maestra Carolina Martínez. Había leído ya los dos primeros títulos de eso que su propio autor llama su “trilogía indeseada”: “El cerebro de mi hermano”, sobre la enfermedad y muerte del filósofo y ensayista José María Pérez Gay y “Nos acompañan los muertos”, sobre la vejez y la disolución de la familia y los padres. El registro directo pero a veces lírico de Pérez Gay, además de su tratamiento espejeante con el universo de lo literario no me defraudó en absoluto. La populosa calle Plateros, hoy Madero, el extinto Café  Concordia donde se reunían Ruelas, Couto Castillo, Nervo, Alberto Leduc y Tablada; la interrogación a los fantasmas en pos de un crimen: la rima de la pesquisa en la ciudad de los modernistas con la noche del presente, en la huida frenética del derrumbe y la enfermedad, me atraparon. Escribe el también autor de “Mi corazón es un gitano”:

“ A esa hora maldita que son las cuatro de la mañana, cuando despiertas y vienen los fantasmas por ti a hacerte las más terribles preguntas. Esto también es un informe negro. Me estoy informando cosas que probablemente yo mismo no conocía.”

Una segunda correspondencia

Llegué a “La muerte del ruiseñor” por un comentario del ilustrador Gonzalo Rocha durante la presentación en la Feria de Minería de mi novela “Lengua de plata”: “el escritor yucateco Carlos Martín Briceño acaba de publicar una novela sobre la muerte del trovador Guty Cárdenas donde cuenta cómo éste estuvo a punto de unirse a los festejos del general Serrano, y al estar enfermo de una tremendo resfriado y gracias también a un presentimiento de su madre, se libró de ser uno más de los muertos en Huitzilac”.

Así, gracias a la enorme cortesía de su autor, pude adentrarme en la apasionante vida, pasión y muerte del trovador yucateco, de quien conocía apenas esbozos: un confuso episodio en un pleito de cantina donde sería asesinado a balazos en el centro de la capital. Luego vino la sorpresa: la estructura, el punto de vista, sus variados planos temporales, desde la vida del propio autor y la gestación del libro –su lucha con él y su pesquisa- me refirieron inmediatamente al tratamiento del libro de Pérez Gay. Lo más increíble, aunque el libro de éste último ocurre durante las últimas décadas del siglo XIX y la novela de Briseño en la segunda y tercera década del XX, la correspondencia mayor era de índole espacial: El Salón Bach, donde fuera ultimado el afamado intérprete de “Nunca” se situaba también sobre la populosa calle de Madero, en el número 32, a escasos pasos de La Concordia, el café donde discurrieran las reuniones de los modernistas y la novela de Pérez Gay; como si los universos de esos tercos fantasmas se trasvasaran y se entrecruzaran en un mismo espacio literario proveniente de dos libros, escritos apenas con una breve diferencia temporal: el de Briceño es del 17, el de Pérez Gay apenas de un año después.

La no ficción y lo metaliterario

Dicen que lo metaliterario aparece por primera vez en aquel famoso episodio VI del Quijote, donde un cura y un barbero al revisar una biblioteca citan al propio Cervantes; así, a través de este recurso pareciera que la propia literatura se hace consciente de sí misma, emborronando las ambiguas fronteras entre imaginación y realidad.

Entonces, el propio creador es susceptible de volverse personaje, como ya pasó, al menos con nuestra literatura más cercana en “Abaddón el exterminador”, de Sabato (1974) o “Morirás lejos” de Pacheco (1967). Dice Pérez Gay: “Todos hemos pasado alguna vez por un acantilado desde donde vemos la ciudad de nuestra existencia. A lo lejos se ve el trazo de la avenida central de la familia, las calles de los amores imposibles, los callejones de los sueños rotos, los monumentos de nuestros muertos, el gran teatro de la historia, la catedral de la memoria, la plaza de la enfermedad. De ese acantilado y esa ciudad trata este informe”.

Escribe en “La muerte del ruiseñor” Carlos Martín Briceño: “Ahora se que el hilo conductor de mi novela nunca fue la agitada biografía de mi paisano, sino la vida simple de papá. Lo que he escrito en estas páginas no es una novela histórica, mucho menos una autobiografía. Aunque parezca mentira, me resulta difícil contar abiertamente mis obsesiones, que prefiero esconder detrás de la sofisticada arquitectura  del cuento. Si algún día la termino, si decido publicarla, esta nouvelle debe de convertirse en un sencillo homenaje al hombre que me acercó a los boleros, a los pasillos, a los sones, a los montunos y a las canciones yucatecas. Un texto escrito a la memoria de mi padre”.

Entonces, lo meta literario de estas obras sería esta suerte de round de sombra, juego en un laberinto de espejos, donde el verdadero talento trasciende la autorreferencialidad para que el autor se cuente a sí mismo –y nos cuente y nos sitúe- en un tercer estadio que es y no es campo de la imaginación y la memoria.



Texto publicado originalmente el el periódico La Vanguardia en su edición del lunes 27 de abril del 2020

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